Pregon completo de Ignacio Sanchez-Dalp
A mis padres, que me dieron el don de la vida y el don de la fe.
A mis once hermanos, pilares insustituibles en mi vocación.
A mis amigos, que han compartido la historia de mi vida humana, sacerdotal y cofrade.
A las Comunidades parroquiales que he servido: San Isidro Labrador de Sevilla, Santa
María Magdalena
de Arahal y Santa María de la Asunción de Alcalá del Río.
...Y al Papa santo y magno, que tocó mi corazón para seguir a Cristo, aquél verano de
1993.
Fue en Sevilla. Sí, fue en Sevilla donde revestido el profeta en los inicios de su vocación,
me dio la Buena Noticia de un nuevo ministerio, de un renovado destino, de una
estrenada misión.
Y me dijo Dios:
“Antes de formarte en el vientre del Barrio de San Lorenzo, te escogí. Antes de ser el
décimo que salías
del seno materno, te consagré, y te nombré sacerdote, sevillano, proclamador del alma
de una Semana Mayor a la que lanzar con tu palabra el mensaje de la Esperanza.
Y Sevilla, como Dios al profeta Jeremías, me confirmó con el crisma hispalense, y me
enseñó que hasta
el más pequeño capirote blanco lleva dentro el pregón de esta Jerusalén que camina
penitente.
Cuando el Resucitado con sus manos extendidas abra la puerta del convento de la
Santa zapatera esposada
con la Cruz, ya vencida con la Virgen de la Aurora y entre pálpitos pascuales de novicias,
sentiré tocar mis labios,
como ahora los siento tocados por su Gracia
Voy a hablar a una Sevilla de la que he aprendido más de sus silencios que de sus
clamores.
Sabe más por lo que calla y representa el Nazareno sin mover los labios, que por el
fragor de la turbamulta.
Alguien, que sólo perdió la fuerza en la voz, preparó el terreno a este pregón.
Subido cual nazareno blanco de la Amargura, en dos ventanas distintas, me abrió
al viento de la Esperanza, para que yo cantara y contara a Sevilla, lo que entre
cielo y tierra movió.
En un balcón privilegiado de Sevilla, me encontré una mañana con mi vida
predispuesta por él para el Señor, y en su ventana de la ciudad eterna le descubrí
en el anochecer de su vida como
un Cachorro expirante con cara
entrecortada, que sin voz hablaba.
Mostró a los jóvenes una gran Cruz, pero un Viernes Santo nos la pidió prestada
para abrazado al madero, como
un penitente del Silencio, señalar al cofrade, el verdadero camino, la verdad y la vida.
A Él debo mi vocación, y rezaba ante su tumba en Roma el mismo día en que por la
tarde, celebrando la Eucaristía,
me anunciaban la Buena Nueva del pregón.
Con él vengo de la mano, porque la Divina Providencia de Dios ha querido que
precisamente hoy, Domingo de Pasión,
haga un año que subió a las barandas del cielo y ahora sea yo el que ocupe esta
prolongación abalconada de la Giralda
y saque su Cruz de Guía.
Vino, se fue y regresó
como viene, va y regresa
al balcón de la promesa
lo que el Amor prometió.
Y cuando en Sevilla habló
fue el mensaje tan fecundo
que abrió para la fe un mundo
con la temprana semilla
que al cofrade de Sevilla
le dio Juan Pablo II.
Eminentísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Arzobispo
Excelentísimo Señor Alcalde
Ilustrísimo Señor Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hermandades
y Cofradías
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades
Cofrades de Sevilla.
Vengo como un peregrino, que conoce la ciudad en sus esquinas, callejones, plazas
y enredaderas, acompañado
de los hermanos a los que en el ministerio sacerdotal sirvo todos los días.
Viene este cura de pueblo, como vienen en unas vísperas del 15 de agosto en
cascadas desde el Aljarafe o las
estribaciones de la Sierra de Cazalla, penitentes y nazarenos descubiertos, a
aguardar con esperanza ante la
Puerta de los Palos, para ver desde la fuente la primera luz en el rostro de la
Reina y Madre de los Reyes.
He venido por el camino que sale de la Torre mudéjar de Alcalá del Río, hasta
esta almohade Torre del Oro,
navegando en una barca, que discípulos pescadores, como antaño a Cristo, me
han procurado.
Voy a hacer la primera parada en este Teatro, desde el que Sevilla me invita a
rubricar con mi palabra vuestra
papeleta de sitio, para luego encaminarnos por el Arenal con el recuerdo del santo
súbito y magno arrodillado
ante la Pura y Limpia del Postigo que vigila desde el Cielo Don Juan Castro.
Venid conmigo a la puerta de San Miguel a recorrer con la memoria el porqué yo y
por qué este sitio. Entremos
en la Catedral donde como árboles recios, en los pilares de la fe de este pueblo
cristiano, aparece ante nuestros
ojos una convocatoria de cultos que custodian los hermanos de la Santa Caridad
en su mesa de limosnas.
La Semana Mayor convoca a Sevilla en una hermosa y solemne ceremonia que
anuncia la grandeza de la ciudad
con la culminación del “podéis ir en paz” que es sacar una Cruz de Guía a la calle.
Gracias, Ilustrísimo Señor
Teniente de Alcalde, por sus palabras, que expresan desde lo hondo del corazón
y el alma lo que el pregonero
siente al ponerse delante de este paso como usted, buen capataz en Estepa, ha
hecho tantas veces.
Al ocupar este púlpito, os pido, Eminencia, vuestra Bendición, para que, limpio
de corazón y labios me sienta
fortalecido y me identifique con la Sangre derramada del Crucificado de San
Benito, en esta hora de anunciaciones
pasionistas. Y como la disciplina y la modestia no me quitan la satisfacción de la
unicidad de ser el que mi Prelado
impuso las manos para el sacerdocio in aeternum, al igual que entonces solicité
vuestra venia, ahora os digo:
“Padre, dame tu Bendición”.
Los paramentos que nos acompañan en Semana Santa, como el devenir de
nuestras vidas cofradieras, son
distintivo de la nobleza de espíritu del que de ellos se reviste:
El ropón del pertiguero que como martillo de llamador despierta los ciriales al
cielo para un nuevo paseo de
la Madre de Dios de la Palma como una seda por la Alcaicería.
De librea, lacayo del que da la cara, como santo varón en la Trinidad, la Mortaja,
la Quinta Angustia y Santa
Marta; o en el Calvario de la ya antigua Varflora en la Carretería.
De dalmática labrada, con el brocado impregnado de cera, como Lágrimas de
los ojos de Santa Lucía en la
Señora de Santa Catalina.
Túnicas talares, que van desde el blanco que envuelve a mi Princesa de la Paz
entre encajes plateados por la
Torre Sur de la Plaza de España, hasta los ruanes negros en el luto del Amor
que da la vida por los amigos.
Ser de nuevo seise -como lo fue el pregonero-, que en los candelabros de cola
de la Virgen de las Aguas,
sacase a Dios a bailar entre uvas, trigos y mariposas, para posar en su custodia,
sombrero, zapatillas, palillos
y coplas, con Eslava y el Maestro Torres, entretejiendo cruces palmadas en un
escenario de armonías eucarísticas
e inmaculistas.
Y un máximo ornamento, la alpargata y el costal, de hombres que como
apóstoles navegan bajo los misterios,
y también niños bajo el manto de la Caridad baratillera, ganándose el Cielo,
con el sudor de su frente.
Con el sudor de la frente
ya te estás ganando el cielo
y con el cielo el trascielo
de la Gracia penitente.
La trabajadera es puente
que abraza la canastilla.
Aprieta al costal la quilla
de tu barco, costalero,
que hay peces en el estero
del corazón de Sevilla.
Los títulos de nuestras Hermandades son profundas grutas históricas en las
que bucea el reconocimiento civil
y eclesiástico a cada una de ellas. La ciudad, que le presta suelo y cielo, los
asume con naturalidad, puesto
que es ella, simplemente con su nombre, ¡Sevilla!, la que los congrega a todos.
Por eso no necesita de bula para ser Pontificia, porque esta bendita Catedral
de María fue por dos veces
pisada por el sucesor de Pedro y Gran Poder en la Tierra.
La ciudad es Real, porque el Rey Santo la elevó a la categoría de majestad
poniendo a la Madre de Dios de
Alcázar y fortaleza de Fe por la que los reyes reinan.
Sevilla que hace de sus plazas sagrario y se autotitula Sacramental en el
monumento del Jueves Santo, donde
doblan sus rodillas como magos adoradores del Niño, que en el pesebre de
Laureano de Pina es viático en la
Estación de Penitencia.
Qué bien sabe ser Antigua, perdida en vestigios de lejanas culturas y de
aquella que coronada en el muro,
el único palio que alberga, es el túmulo del conquistador que llevó la Fe
mariana a América.
Una ciudad cubierta de Ángeles, hasta de razas nuevas, acogidos en Sevilla
por la que en los Negritos abre
fronteras y de título Angelical, también por ella, que labrada en estameña
se alzó a los cielos que van desde
la pila del Barrio del Salitre, hasta el Vaticano del campo de la Feria.
Sevilla es Isidoriana, cuna de santos, de arzobispos y de alfareras, de rosales
siempre florecidos en el patio
de Mañara, de Spínolas mendigos y limosnas que al cielo alcanzan con Don
Manuel González en su Sagrario.
Con Fernando y Laureano, Hermenegildo y Geroncio de Itálica, con el Padre
Tarín, Teresa Enríquez, Dolores
Márquez y la Hija de la Giralda, hasta donde el alma de nombres desfallece
con Madre María de la Purísima,
digna heredera de la que en Sevilla es santa entre las santas.
Sevilla Alegre, que en revuelo de campanas da la vuelta a la pena y hasta
en la hora del Calvario más amarga,
hace dulzura en Vera-Cruz a la colmada de Tristezas y capa pluvial de fiesta
a la Virgen universitaria.
Por eso está Orgullosa de sí misma, título que bien la enmarca, aunque
algunos acusen a los sevillanos de
umbilicales complacencias.
También se convierte en Torera repartiéndose en capillas vesperales de
retablos barrocos de papel, con
columnas salomónicas trenzadas por el miedo. Es la que recuerdan los
paladines de Tauro, como Manolo
González y Gitanillo de Triana, que animados por la Piedad maestrante,
entregan a sus Vírgenes manchados
de sangre, los bordados del que se juega la vida, distribuidos luego en
las sayas de la Madre del Hijo que se
la jugó por nosotros.
Una Hebrea sevillana
por el Baratillo viene
y a su vástago sostiene
tan divina como humana.
Piedad ya suena a campana
de tañido celestial.
Lo distinto se hace igual
mientras te sueña Sevilla
con el arco por Capilla
del Barrio del Arenal.
En mi doble condición de sacerdote y pregonero, o simplemente como
un joven que todos los días pregona
el Evangelio, quisiera pregonar la Semana Santa de todos. Del que cree
y del que duda, del indiferente y del
incrédulo, del hipócrita y del justo, del pescador llamado al apostolado
y del que luego revende la mercancía
o se come el pescado.
Hoy, en nuestras Hermandades y Cofradías, no faltan los nietos de
Don Guido, aquel humanísimo personaje
de la guiñolandia de Antonio Machado, esos que como su abuelo
-gran pagano en su juventud y gran rezador
en su vejez- se hacen hermanos de una “santa cofradía”: ¡Aquel trueno!
vestido de nazareno. Parece que no se
nota, pero en nuestras Hermandades, vestidos de lo que se vistan,
no faltan participantes inmaduros, vanidosos,
acaramelados, frívolos o sordos a lo que representa la estación de
penitencia. Pero también son hermanos
nuestros porque así los admitimos, todos aquellos que integrando
la nómina de su hermandad, se comportan
con el distanciamiento de algunos socios de entidades recreativas
o culturales, que satisfacen su ego y su cuota
mensual sin otra participación que la de formar un día al año en
su cuerpo institucional.
Un gran poeta sevillano del siglo de oro, el Capitán Andrés Fernández
de Andrada, recomienda en su Epístola
Moral que se iguale con la vida el pensamiento. Yo le recomendaría
al cofrade sevillano, recordando al clásico
inolvidable: “iguala con la vida el pensamiento” y así se pregunte
con aquella voz senequista e hispalense de
perenne e intransferible moralidad:
¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.
La ciudad que corona y seguirá coronando sus múltiples advocaciones
marianas, asoma también laureada
en la Torre más alta por el proverbio sapiencial que pisa Santa Juana
con su lábaro.
Ella, como buena novelera y sevillana, es más de vivir las vísperas que
las grandes fiestas y así se lleva todo
el año con la palma del Domingo de Ramos en la mano, para ponerla
en el balcón de la ciudad que vigila.
La Giganta hace de la pasión un villancico pascual con ese peculiar
calendario litúrgico que el sevillano vive a
su manera. El Domingo de Ramos es Navidad y Resurrección en una
sola pieza y Sevilla, por medio de la que
fundió Morell, lo entona todo de golpe.
La gran Semana se inicia. El Nazareno se hace carne en el hombre
sin techo, que lo tiene bajo el cielo de la
escalinata del Salvador, con la simple compañía de palomas ávidas
de alimento, cristales rotos, cartones y
perros que hasta él vienen como a Lázaro a lamer sus llagas.
Niños de alma pura y blanca alfombran los aledaños para recibir con
aclamaciones y palmas al Señor de la
Sagrada Entrada que después, por no andarse por las ramas,
llevarían a crucificar.
Los infantes iniciados en los tramos y las filas descubren al Mesías
agradeciendo su pueril estación de
penitencia en las Hermandades que le dan sitio; con sus palmas
rizadas, sus varas y cirios, de monaguillos
o con túnica nazarena.
Nadie, ha visto premiado como ellos su brillante esfuerzo con la
entrada asegurada en el Reino de los Cielos,
como “brillante es el Amor de Dios en cada niño, incluso en los que
aún no han nacido", que decía el Papa.
Lo dicen por
San Vicente
con más de Siete Palabras.
En el Porvenir lo acogen
con la Victoria anunciada.
Lo claman en Desamparo
del Cerro a Miguel Mañara
y vienen con un Longinos
converso ante la Lanzada.
Que razón tenía la Sed,
para en Nervión pedir agua
y en San Juan de Dios saciar
la sequedad de gargantas,
del enfermo, del que sufre
del anciano que está en guardia
esperando en el asilo
la paloma de Triana.
Niños que suben al cielo,
Hiniesta que los reclama;
los que a sangre morirán
la alcaldesa les da casa
y en la inocencia más pura
sus vidas son despreciadas;
los que ansían la niñez
que en San Roque tiene casa,
en la mocita más joven,
en la niña de Esperanza
en desvelos por el Hijo,
que la llenó de su Gracia,
con el agua de los Caños
en las Madejas del alma;
entrar con cirio a la gloria
en cánticos y alabanzas
y ver a la Trinidad
desde el cielo coronada.
En la noche en que el Cordero pascual se inmola sellaremos con Cristo
la Nueva Alianza. El Señor de la
Sagrada Cena ansiaba celebrar con los suyos la despedida de este
mundo advirtiendo a sus discípulos:
“Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros”.
Anda triste la Virgen del Subterráneo
disponiendo el mantel en la mesa del Domingo de Ramos. El llanto
se derrama en el camino de Doña María
Coronel que lleva la Rosa de los Terceros a la calle Orfila para
pedirle a la Virgen de Regla el pan de la espiga
de sus manos. La que unida a maestros alarifes pone horno de Amor,
como monja Agustina de la Plaza del
Triunfo, va a cocer el pan que cada Lunes Santo llevará hecho
Eucaristía desde su capilla hasta la parroquia
de San Andrés, para dar la Comunión a los hermanos de Santa
Marta, antes de hacer su estación penitencial.
El pregonero ha disfrutado de ese momento íntimo de la Hermandad.
Cada nazareno levanta su antifaz para
que la última palabra que baste para sanarle de sus faltas sea el
amén al recibir el Cuerpo de Cristo.
Uno querría ver la Cofradía de rodillas, para acordarse de que nuestro
primer titular, el de todas las
Hermandades y Cofradías, sean o no sacramentales, está en el
Sagrario, tantas veces abandonado. Si Felipe
II afirmaba que “allá donde haya un Sagrario, habrá un español
para defenderlo” no estaría de más que hoy,
cual solemne protestación de fe y renovando nuestras almas de
Eucaristía, proclamara con nosotros “Allá donde
haya un Sagrario, habrá un cofrade sevillano para defenderlo”.
Si por amor se quiso quedar entre nosotros en
el Sagrario, en loor de Caridad viene una procesión del Corpus
camino de la Campana.
Se ilumina Santa Marta
a su Huésped recibiendo,
y allá en Betania comprendo
el dolor de cuando Él parta.
Deja la casa y se aparta,
y ya la Madre después
la rosa pondrá a sus pies
tras la Cruz y su martirio,
que pone color al Lirio
el Lunes por San Andrés.
Quien os habla vio la luz en una calle donde los amores encendidos
del cofrade pasan de ida y de vuelta
derramando su cera. La calle que da nombre al Dios encarnado en
Gran Poder, se abruma y es la más
transitada por el pregonero con sus incondicionales amigos, programa
en mano, recordando en ella su
incipiente infancia.
Allí espero a la Palma en la vía que tuvo su nombre con atributos
del martirio, y que marcada por llagas
franciscanas, se hará oración elevada al Padre que ofrece un Buen
Fin para nosotros, como regaló a Juan
Foronda en su nacimiento al Cielo, contemplando en sillería de
honor, a su Virgen coronada.
Con la Soledad, la Vigilia preparo entrando en San Lorenzo
cuando la corona de espinas suelta de sus
tiernas manos y Rocamador traspasa el muro para entregar
el sobre de la caridad que vuelve a recoger
Spínola en el centenario de su tránsito, para repartirlo entre
los pobres de su barrio .
A la dulzura rosada del Dulce Nombre recibo en mi propia casa,
inigualable belleza que alivia las heridas
en la mejilla que recibe su Hijo despreciado ante Anás.
Bajo sus maniguetas una jaculatoria “Dulce Nombre de María,
sed la salvación mía”. Y al pregonero,
que agarrarse quisiera a ellas, le brota un canto de alabanza
a la Doncella de sus sueños, a la Madre
más insigne, a la feliz Puerta del cielo, siempre en impaciente
espera, a la joven más valiente y a la
mujer más perfecta.
Sé que puede tu Dulzura
curar el dolor del hombre,
porque eres la criatura
que en el corazón perdura
con solo decir tu Nombre.
Sí, es la Hija de Joaquín y Ana a la que pusieron el Nombre
más sublime y en todo el orbe cristiano, la
boca se hace almíbar cuando pronuncian su Nombre.
Llevas la gracia en tu manto,
y eres el puerto que salva,
plácido aroma en el alba,
suspiro del Martes Santo.
Tu gozo se hace quebranto
en el lento atardecer
y te siento florecer
en la Madrugada herida
dulcificando la vida
con tu Nombre de mujer.
Nací frente a ellos y ya me acompañarán siempre. Los hijos de
San Ignacio me ofrecieron la Compañía
de Jesús el Nazareno para conocerlo en lo más íntimo, para
más amarlo y más seguirlo.
Los congregantes marianos que pusieron vida y Alma a los
Javieres, repartían la Gracia y el Amparo
para los jóvenes, que cincuenta años después, en Omnium
Sanctorum tienen casa y techo.
Pienso que mi nacimiento sacerdotal brotó entre ellos. En
cuántas Misas de Domingo y a cada una de
estas imágenes, la mujer de mi vida, mi madre, con el hijo
formándose en su seno, imploraría que
fuera sacerdote.
En aquél mismo templo, en el mismo confesonario, veinte
años después, de vuelta de tantas cosas,
un sacerdote cual Cristo roto en la pasión de su enfermedad,
hizo que se cumpliera ésta escritura que
acabáis de oír.
Tu voz la escuchó el Señor, querida madre. En esa sede
penitencial, preparación de mis posteriores
estaciones de penitencia, tu hijo, el crío que jugando celebró
tantas misas en casa, sería sacerdote de
Jesucristo.
Tú me revestiste con la casulla en mi ordenación, como
desde niño preparaste mis túnicas para la
estación de penitencia. Ahora soy sacerdote nazareno, y
mis túnicas blancas, negras, verdes y moradas
son los hábitos sagrados a los que nunca renunciaré y de
los que nunca me avergonzaré.
Me anteceden y preceden en mi Hermandad, en mis
Hermandades, hermanos que en el seno de ellas,
descubrieron su vocación. Hombres y mujeres que con
sus historias, sus amores y desamores, sus
desencantos y sus rastras, han descubierto por los hilos
que sólo Dios sabe mover, una llamada especial.
Cuántos en sus años de Seminario, en sus celdas de amor,
en sus distintos noviciados, se han llevado
la compañía de la estampa de aquellos Titulares de su
Hermandad, a los que siguieron abandonando
las redes de este mundo.
Hermandades, semillero de vocaciones, ¿Por qué no?
Los llamados por Dios en el corazón de ellas, tienen un
espejo en el que mirarse, en el que decir alto y
claro que los sacerdotes necesitamos de las Hermandades
como ellas precisan de nosotros.
Nos lo demuestra todo el año Don José Álvarez Allende
en San Bernardo, como en el ayer lo demostraba
en la Redención Don Eugenio Hernández Bastos. Como
luchaba en San Benito Don José Salgado, en la
O Don Pedro Ramos y Don Antonio Domínguez Valverde
en la collación de San Pablo o el recordado Don
Antonio González Abato absolviendo a nazarenos bajo la
frondosidad del parque.
Ellos han hecho historia, y la harán también otros muchos
sacerdotes que continúan sirviendo y trabajando
mano a mano con sus Hermandades.
Desde aquí sirva mi palabra para deciros, cofrades de Sevilla,
que hacéis Evangelio real, dando a conocer
a Cristo, que juráis defender su Nombre y el de nuestra Madre
la Iglesia, nuestra única Casa Madre.
A vosotros que formáis a los hermanos y ofrecéis la Caridad al
pobre, al enfermo, al hambriento y al
desheredado. A vosotros que habéis cumplido su mandato de
ir por Sevilla y por todo el mundo anunciando
el mandamiento Nuevo, un sacerdote os dice: Cofrades, ¡Os
necesitamos! ¡Aquí tenéis nuestras manos!
Brazos y manos abiertas como el padre del hijo pródigo siempre
en el balcón esperando su regreso, mano,
que aun pesándole la Cruz al hombro como el sacerdotal de la
Divina Misericordia o el de las Penas de San
Roque, se lanza libre si en el Valle del Camino al Gólgota,
todavía puede levantar a un caído o secar las
lágrimas de alguna de las Santas Mujeres.
Brazos abiertos en Vera Cruz, cobijado en el rezo de las Horas
de las monjas del Convento de Santa Rosalía
y en el constante Ejercicio de las Cinco Llagas con sabores
Trinitarios y en el mejor lienzo que Gustavo
Bacarísas pintara para su Expiración en el cercano Museo.
Sus brazos se funden en uno hermanando Castilla y Sevilla,
en la placidez del Cristo de Burgos, como el
de las Misericordias los extiende rozando los balcones de
Mateos Gago, en un éxtasis de sevillanía.
Piden ser los primeros en poder entrar en el templo catedralicio
cuando la Fundación de nuestra fe está
presente en el Pan de vida y Calvario en la Madrugada eterna
inundando de recogimiento la noche más
larga, entre sueño y sueño de Esperanzas.
Junto a Él en Montserrat, como testigo de la Conversión
de un ladrón, que precisó una sola frase para
robar el cielo al Redentor. O cerca de la Santa Caridad,
derramando la Salud a los acogidos con más de
Tres Necesidades.
Girar quisiera unos metros su recorrido por la Alfalfa el
Cristo de San Bernardo, para llevar otra vez bajo
su paso a Pepe Portal o hundirse entre claveles y lirios
cuando en el mercado viejo del Arenal, el Arco le
venga chico, sobren los redobles del tambor, viendo cómo
llora entre flores hasta el retablo cercano,
porque el único Cristo que sabe de Puerta del Príncipe de
la Maestranza le daba otra vez la alternativa
a Juan Carlos Montes, bebiendo el Agua de su salvación.
Brazos, los del Cachorro, que tocan el cielo en un “muero
porque no muero”, guardando su último aliento
desde hace tres siglos para ir a Sevilla cada Viernes Santo,
dejando a Triana en la espera con ansia de su
vuelta, para que el viento que recorre el puente, de nuevo
le agite el sudario.
¡Ay que pena más gitana
cuando se aleja del puente
el Cachorro de Triana!
Cuando se va por el puente
sobre las béticas aguas
y deja atrás a su barrio
de azulejo, arcilla y fragua.
Cuando se mece el sudario
cuando hay claveles que manan
por su divino costado
de Guadalquivires granas.
Cuando cruza al otro lado
y en las calles sevillanas
le va faltando el aliento
y su muerte se hace humana.
Cuando va dando un suspiro
y la luna le acompaña
en una eterna agonía
que va desgarrando el alma.
Cuando cambia su semblante
y se nubla su mirada
y ya no hay aire en su pecho
y ya no hay luz en su cara.
Cuando la Virgen del Carmen
en su capilla encerrada
se queda sola llorando
igual que llora Sant'ana.
¡Ay que pena más gitana
cuando se aleja del puente
el Cachorro de Triana!
Las lágrimas de Cristo por la muerte del amigo, las
de la Virgen y las Santas mujeres trocando el Patio
de los naranjos en Calle de la Amargura con el Cristo de
la Corona; las de Pedro tras negar al Rey de
la Paz en el Carmen Doloroso, y las de la Magdalena al
pie de la Cruz, son la expresión humanizada
del sentimiento que toca lo divino y que ha santificado el
llanto de la emoción que aquí nos brota cuando
sale nuestra Cofradía.
Esto lo saben bien quienes más sufren, y también las
Hermandades de Vísperas, que en la lejanía de la
ciudad amurallada pusieron rostro divino al dolor cotidiano.
Como unos “desterrados hijos de Eva”, nos muestran ante
los ojos, que no están lejos porque Cristo y
su Madre a diario viajan con ellos cuando acompañan a
Salud, Misericordia, Dulce Nombre, Clemencia,
Divino Perdón, al Cautivo... Cuando la ponen rezando el
Rosario del Dolor con que a Sevilla acudimos,
gimiendo y llorando. Lo cuentan en Torreblanca, azucena
que enjuga el dolor del Lirio prisionero, mientras
otro con agua lava sus cobardías, ante el que no cabe
división ni duda.
Allí en los barrios hacen verdadera Penitencia, revitalizando
la fe, amando y luchando por sus parroquias,
llamando a la caridad con su verdadero nombre, que es
la justicia social, y que todos los días hacen
entrada triunfal con más brillantez que nunca en la Campana
de la solidaridad.
Porque la virtud de la caridad es la que nos hace hermanos
comunes en una misma Cofradía si ella
es la prioridad.
Una caridad efectiva no efectista, del que no espera en su
Hermandad la medalla o el reconocimiento,
brindando siempre la ayuda en el gesto y no en el nombre
que tanto nos tienta.
Tareas pendientes de nuestras Hermandades en este siglo
XXI recién comenzado que abarque todos
los campos para que un nuevo banderín se borde con su
único nombre: Polígono Sur
El año pasado un vacío dejó huérfana a la caridad mejor
entendida.
Rodeado de sus toreros y sus presos, sus inmigrantes y sus
gitanos y de la gente más común,
falta frente al paso el capataz que mandaba la mejor cuadrilla,
los Costaleros para un Cristo vivo,
que convocan a la Luz verdadera de la que se llama “mejor
vida” en las fechas premonitorias del
último Viernes Santo.
Con el paso racheado
va avanzando una cuadrilla.
Son los pobres de Sevilla
con llamador enlutado.
Un clavel se ha marchitado,
¡Ay capataz sin martillo!
En el paso sólo el brillo
que desprenden cuatro hachones;
Sevilla lleva crespones,
Por ti: Leonardo Castillo.
La Semana Santa son nueve días en los que la ciudad
acepta perder el primer plano sin rechistar.
La Sevilla acostumbrada a ser piropeada por sus rincones,
su sombra y su compás, se convierte
inevitablemente en actor secundario. Se transforma en
escenario, en marco, en sustento y en cauce
único para todo un río de sensaciones.
Cuando avanzan las jornadas penitenciales y el ritmo de la
Pasión va creciendo, el sevillano se implica
más porque en ella se siente identificado; piensa que alguna
vez estuvo representado o fue protagonista
del proceso más absurdo y sin sentido de la Historia: Cristo
Dios, juzgado por tribunales humanos.
En los pasos de misterio, que impresionantes suben
Argote de Molina o en quiebro dulce toman
Placentines, las imágenes no adornan: tienen rostro y
tienen nombre.
En el huerto de los olivos el Señor orante en Montesión
expresa la impotencia del que tenía que beber
el cáliz en su agonía. Mientras el sueño de la indiferencia
de los discípulos, puso al Ungido, en una
soledad angustiosa, Judas por el contrario vagaba por la
calle Santiago bien despierto.
Prendido en la oscuridad de la noche en la Hermandad
de los Panaderos, pensaría para sus adentros,
en pesadillas de inquietud, que la Pasión se repetía en
sus más duros momentos.
El desprecio y la burla de Herodes en la Amargura, recibe
por respuesta el Silencio del Señor y un
Pilatos atormentado, que destruyó su honradez por intereses
humanos lo presenta en San Benito
a Sevilla, señalándole: “Ecce Hispalis”.
Y los ojos del Cristo de la Presentación que mira con pena
a la ciudad, añorando su viejo puente,
dirige enturbiada su mirada reconociéndonos uno a uno en
un diálogo memorable que nos restaura
de la culpa.
A otros echa de menos, a los que reprochan nuestras
Cofradías sin ofrecer nada a cambio, a los
que dogmatizan, a los que saben tanto, a los que pontifican,
para ellos resuena en los labios de
Pilatos el eco de su palabra: ¿Y cuál es vuestra verdad?
Cada Semana Santa, y todas son distintas, va cautivando
al que le busca.
Qué inigualable sensación en Santa Genoveva, ver caminar
al Cautivo y el Tiro de Línea
justificado se crece, porque se cumplen cincuenta años que
el barrio entero le dijo “Vamos contigo
Cautivo, que juntos podemos hacer un mundo mejor”. Cerca
del Barrio León, el Señor del Soberano
Poder, dobla su cintura hacia delante en la Residencia de las
Hermanas de Consolación y hasta el
mismo Caifás sabe que la Señora de la Salud no vino hace
unos meses a ser jardinera de un día
porque Ella es la Reina y la Flor, capaz de nacer y morir con
los que allí viven.
Cada Virgen de Sevilla se hace carne de nuestra carne y hueso
de nuestros huesos y le rendimos
pleitesía en besamanos permanente como a las que nos dieron
la vida y tal vez ya estén ausentes.
Sagradas imágenes que el cofrade venera, proyectando en ellas
el rostro de las que han sido la razón
de nuestra existencia cofradiera, las que nos vistieron la túnica,
prepararon el costal, nos llevaron a
jurar el libro de reglas y por verlas de nuevo un instante y escuchar
su voz, estaríamos dispuestos a
dar la vida si preciso fuere.
La Madre de Loreto sobrevuela en San Isidoro tu alma y en San
Martín es anhelo para un Buen Fin de
tus días. De amor quedarás preso con la Reina de las Mercedes,
indultando a pecadores que desean
dar alcance a la Gloria azul purísima que en sus ojos irradia
Consolación, Madre de la Iglesia.
Duelo de la Madre de Villaviciosa, en la muerte tronchada en
San Gregorio, como Dolores se
comparten en la mirada al cielo de Santa Cruz a San Vicente
entre naranjos que las cortejan, o
añadirle al Dolor el sufrimiento Mayor cuando el Traspaso
rompe el alma que ni San Juan llega a
saber consolar.
Con la Cabeza se anda el camino de Sevilla a Sierra Morena
al son de campanilleros que van de ida
y de vuelta; Rocío que derrama la Gracia de un nuevo
Pentecostés y Desamparados hospitalaria
sanando heridas de nuestra carne cuando enferma. Merced,
ausente de su Colegiata, santuario de
lágrimas, vestida de novia con saya de Reina Madre.
Encarnación que en la vieja Cava del ayer y en la Calzada del
hoy reparte la dulzura de hermanita
de los pobres, Presentación de sin par belleza para las noches
oscuras del alma que Ella revive y
despierta con el trono de su realeza, poniendo arca de flores,
al sinfín de sus virtudes.
Y entre misterio y misterio, la Virgen del Rosario, repasando
por la calle Feria, el dulce salmo sonoro
de las cuentas toreras y aztecas de sus varales.
Pero será en la Huerta del Rey, renovando la historia de la Reconquista
en un antiguo arrabal de
moriscos, con tropas pasando la revista del Santísimo Sacramento
con el Santo Rey, donde la Virgen
del Refugio otorga el título de Mariana a todas nuestras advocaciones
y a la ciudad que así lo confiesa.
Florece igual que una flor
la Rosa de San Bernardo
y el amor le pudo al cardo
le pudo al cardo el amor...
Grana y oro es el color
de tu manto en movimiento
que como veleta al viento
va meciéndose artillera,
Refugio, Virgen torera,
por la calle Campamento.
Los cofrades somos los altavoces de su Palabra en un mundo
que silencia su nombre, que lo
evita en la escuela, que lo deforma con el relativismo del que
todo lo reduce a trivialidades y
adocenamiento.
Dicen algunos de Ti, Jesús Nazareno de Triana, que con el peso
en tus espaldas, buscas desde
la calle Castilla, alguien que te deje hablar, que tus conceptos no
valen, que este mundo moderno
necesita algo más que promesas sobre un Reino de hermanos y
de felicidad vivida después de tu
Buena Muerte cuando sales de San Julián.
Vienes por Molviedro en Dolores apenado por quienes te despojan
y expolian tratando de revestirse
de Ti con sus demagogias, medias verdades, hipocresías y halagos.
En La Exaltación, prometiste
atraer a todos, incluso a aquellos que fueron recompensados con tu
perdón, después de ser crucificado.
Si por Pureza, San Vicente y Luchana tres veces te caes y arrastras
en los umbrales de posadas diarias
que cierran las puertas a tu venida, el Cirineo y Sevilla las abren de
par en par, anunciando contigo:
“no tengáis miedo”, “yo estaré con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo”. Quédate con
nosotros y siéntate Señor junto a los nuestros, como lo estás hace
trescientos cincuenta años en las
Penas de Triana, mirando extasiado al cielo con las manos entrelazadas,
como meditas tan callado
en la Humildad y Paciencia y en lágrimas de despedida en la Salud
del viajero que nunca desamparas.
Dale vueltas en tu mente, a este mundo de guerras que parece
romperse. Siéntate cerca del penitente,
que por su cabeza en el silencio que lleva hasta Santa María de la
Sede, tantos interrogantes,
sufrimientos y dudas van y vuelven.
Siéntate, Señor, despreciado con espinas, burlas y cañas, con el
Valle de tus ojos que son espejos para
el alma. Siéntate, Maestro, una vez más en la barca, para que
amaine el viento, la marea, la vorágine,
el yugo y la espada de quienes quieren quitarte de en medio con
credos que no fraguan.
Desde la Anunciación llega a San Esteban tu voz, que en el vacío
del infinito, doliéndose contigo,
el sevillano proclama:
De escarnio te coronaron
y te abrieron las heridas.
Con burlas y reverencias
mofándose te decían:
“Si es verdad que tú eres Dios,seguro te salvarías”.
Y lloró el Hijo del hombre,
Dios mismo sintió fatiga;
lloraron en las alturas
los ángeles de la brisa
y de un cielo de tinieblas
se cubrió la Tierra misma.
Y lloraba la saeta
entre balcones y esquinas;
lloraron de los naranjos
azahares de agonía.
Lloró con el costalero
el costal de emoción viva
por llorar hasta lloraba
la cera en los guardabrisas.
Lloraba cirios de fe toda la candelería
y en pleamares de llanto
el río lloró en su orilla
y el aire lloró en silencio
en esa noche tan íntima.
Todo era llanto en tu Valle
llanto en la torre y la ojiva porque al sentir en tus sienes
el fuego de las espinas,
cinco gotas de rocío
rodaron por tus mejillas
y al verte llorar, Señor,
¡lloraba de amor Sevilla!
En la Semana Santa que discurre todos los días del año en las
casas de hermandad un grupo de
jóvenes siempre salen al encuentro, como si San Juan el discípulo
amado, a la vida volviese. He
convivido con ellos, vibran con sus Titulares demostrando que la
verdadera devoción va más allá
de besar crucifijos, hacer profundas inclinaciones o suspirar con
oraciones bisbiseadas en voz baja.
Reclamo su voz y su presencia porque fui de ellos, y con ellos
descubrí la grandeza y entrega del joven
en su Hermandad, como en tiempos de universitario en la antigua
fábrica de tabacos, cuando acudía
cada mediodía a recibir su lección magistral de vida.
¿Qué muerte es la tuya que tanta vida engendra expuesta en
cátedra arbórea de libre pensamiento?
¿Cómo no recapacitar el camino, cuando la sombra de tus brazos
dejas clavada en nosotros apostando
por la juventud de la que tantos desconfían?
Por eso te levantan a pulso y te llevan despacio porque duermes
y sueñas con un mañana cercano de
Esperanza. Cuando despiertes Cristo mío, y me presente al examen
en la intimidad de tu noche en la
Universidad, dejaré a tus pies mi oración joven para que antes
que el reloj marque la hora de finalizar
la Carrera de mi vida, levantes tu cara regalándome el aprobado
del corazón.
Poquito a poco valientes,
que va sereno, dormido;
no quiero que te despierten
por el Arco del Postigo
¡Cristo de la Buena Muerte!
Dijo el Maestro, que este amor tiene su precio y que no es posible
servirle y amarlo sin cargar con su Cruz.
Así lo han visto los Hermanos de San Juan de Dios que han
confeccionado con la nobleza de la plata de su
entrega, de la misma blancura de las sienes que peinan los acogidos
en el cercano hospital a la Iglesia de
la Misericordia, el mejor altar para que Jesús de Pasión no añore el
monumento argéntico de su capilla en
el Salvador.
En San Nicolás lleva las dolencias del maltrecho en la Salud y el
camino agotado lo serena Candelaria,
entre almenas del Alcázar, conquistando al que la mira en el
jardín del sevillano pintor, que la transfiguró
en Inmaculada, aquella que defendía la Hermandad del Silencio
desde 1615 a capa y espada.
Cómo nos gusta escuchar, los silencios de Sevilla.
En la augusta madrugada, se mueven los históricos cimientos
hispalenses entre la algarabía de los
barrios y el enmudecer de la vieja ciudad. Cuando una saeta
rompa la noche a la Cruz de Guía por
San Antonio Abad pidiendo silencio al pueblo cristiano, el
chisporroteo de los cirios, el chirriar del cerrojo
de una puerta y el crujir de la madera, avisan de su llegada.
Divino Nazareno de Silencio, que haces callar a Sevilla porque
no hablas ni siquiera en voz baja;
porque ni gritas ni te quejas ni dices lo que sientes abrazado
a esa cruz tan alta. Riqueza de Silencio
de dos ángeles que alumbran tu carey y tu cara, que saben
lo que nadie escucha, pero iluminan
discretos la ausencia de tus palabras. Deja por una noche,
Señor, que las repita el azahar, que a tu
Madre de la Concepción quieren entonar con Miguel del Cid,
otro 8 de diciembre de júbilo celestial:
“Todo el Mundo en General, diga que sois concebida, sin pecado
original”. ¡Cómo nos gusta escuchar
los silencios de Sevilla!
Tenía que ser esta bendita ciudad, para que la aspiración del
salmista quedara manifiesta y se
hiciera real, en la figura del Divino caminante en San Lorenzo.
“Oh Dios, restáuranos, que brille tu
rostro y nos salve”. El rostro del creyente mira su semblante
para sentirlo uno de los suyos. Tiene
Getsemaní en su camarín; restos de sudor y sangre que
ahora en serpiente tentadora enroscan su
cabeza. Todo lo ha asumido. No se queda quieto, siempre
avanza decidido hacia el Calvario para
cumplir lo escrito y anunciado por los profetas, y los sevillanos
lo queremos lo que no está en los
escritos.
La peana del Señor del Gran Poder se ha transformado con el
tiempo en un muro de las lamentaciones.
Hasta Él llegan cada viernes a poner la cabeza en su Cruz,
besar su talón y dejar papeles entre las
grietas y rendijas de su basamento con nombres, enfermos,
intenciones, sueños incumplidos y amores
imposibles. Como si al Señor le hiciera falta el papel cuando
nuestros nombres los lleva escritos en la
palma de su mano.
Sólo Él consuela, lo saben sus vecinos, sus devotos, el cura ciego
que los confiesa, la túnica gastada
de Fray Diego de Cádiz; lo saben sus potencias, y hasta la túnica
persa que sus fieles tocan esperando
el prodigio.
No se ha ido de este mundo para desentenderse de nuestras
penas, no se ha escondido ni tapado
sus ojos, Él, el Gran Poder, entre nosotros se queda.
El Gran Poder cuando pasa
no pasa, siempre se queda,
porque está en los corazones
de todo aquel que le reza,
de todo aquel que le mira,
de esas mujeres con velas
que lo siguen cada año
para cumplir su promesa.
Y Él está con los que sufren,
con los que tienen tristeza,
con los que están agobiados
y también con los que enferman,
y en todo el que le acompaña
con cirio y trabajadera.
Que el Gran Poder nunca pasa
no pasa, siempre se queda,
y hay en sus ojos dulzura,
y hay en su rostro pureza
y hay un amor infinito
de los pies a su cabeza
¡y hay una expresión divina
que borra el mal y lo aleja!
Pasan la vida y los hombres
pero el Gran Poder se queda
igual que se queda el aire
que acaricia las veletas.
Pasan las horas, los días,
los meses, las primaveras,
y Él seguirá en San Lorenzo
con túnica nazarena,
con espinas en las sienes,
con la boca ya reseca,
con sus manos doloridas
y con su frente sangrienta,
llevando sobre su Cruz
nuestros pecados a cuestas.
Aunque el mundo esté en su mano
siempre el Gran Poder se queda,
y siendo Dios fue humillado
a pesar de su grandeza,
pero Él con su pisada
siempre avanza aunque no pueda.
Gran Poder del universo,
del sol y de las tormentas,
de lo bueno y de lo malo,
del día y de las tinieblas,
de la vida y de la muerte,
de los cielos y la Tierra.
Gran Poder por la Gavidia,
Gran Poder que nos esperas,
Gran Poder en la mañana
y bajo la luna llena;
Gran Poder que nos escuchas,
que nos perdona y consuela;
Gran Poder de mis anhelos,
obra completa y perfecta,
Gran Poder, Verdad del mundo,
Gran Poder de nuestra Iglesia,
Gran Poder, Luz y Camino
¡Gran Poder de Juan de Mesa!
Pasarán siglos enteros,
y siempre aquí su presencia
entre el costal y el esparto,
y cera color tiniebla
entre un silencio que rompe
el llamador cuando suena.
Ven conmigo, sevillano,
que hoy otra vez es Cuaresma;
Dios me ha dicho que le siga
cumpliendo una penitencia.
Toma el ruán y el rosario
persigue esa tez morena,
tal como lo vio tu madre,
como le rezó tu abuela.
Todo se pare ante Él,
que la noche se detenga
y rezando le aliviemos
la carga de su madera.
¡Venid conmigo, venid!
que su zancada nos lleva
a un paraíso y a un Reino
donde no existen fronteras.
Que el Gran Poder nunca pasa
su palabra es verdadera
que en su rostro hay un mensaje
de ternura y fortaleza.
Para hacerse sevillano
bajó Dios hasta esta Tierra,
y por eso permanece
donde los vencejos vuelan
donde hasta el aire es distinto
y la Giralda se eleva.
Que el Gran Poder nunca pasa
nunca pasará, navega
andando sobre las aguas
y aquí en Sevilla se queda.
Siempre la siento cerca, como ahora, desde este ambón,
su mano aniñada toca mi espalda
como el que es tu pareja de cirio en el tramo y que tal vez
sin conocerte, te dice: “Hermano:
buena Estación de Penitencia”.
Hace unos instantes en su Capilla, la sombra de su palio
se hacía ánimo ferviente sobre el hombro
del pregonero. Ella, que gozosa está celebrando el Año
Jubilar Guadalupano, me miraba agradeciendo
la visita que le hacía días antes de sus cultos para llevarle
mis rosas. Virgen Niña de Guadalupe,
Extremeña y Mexicana, Reina sevillana de la Hispanidad,
que desde tan cerca miras a un río que
fue puerto y puerta de América, te ensalzo...
Emperatriz Hispana
del Lunes Santo,
quisiera ser Juan Diego,
llevar tu manto.
Y al ver que me sonríes,
tan orgullosa,
dejo ante Ti mi ofrenda,
te doy mis rosas.
Te doy mis rosas, Madre,
¡quién lo soñara!
que a mí me dio las flores
Miguel Mañara.
Se quedan en tu palio,
yo nunca supe,
que van contigo, Niña
de Guadalupe.
Mi Virgencita Indiana,
Flor de amaranto,
Emperatriz Hispana
del Lunes Santo.
Si la Virgen de las Aguas hace de su palio Museo itinerante
de belleza y sus varales se cimbrean
como espigas de trigo, la Señora de los Dolores por el Cerro
es mosaico de azucena que trasmina
la primavera.
Con blasones de realeza, Montserrat y Carretería, llevan las
dos dalias del Viernes Santo que
cuidaba Montpensier en su parque de San Telmo. Y la Virgen
de las Angustias, con sus manos,
las más elevadas, trasunta con su pena el leño del Divino
Gitano de la Salud en un caudal y
torrente de Gracia.
El primer gitano beatificado, Ceferino Jiménez Maya, “El Pelé”,
puso el amor a Cristo y a la Virgen
en las cumbres más altas de su perfección. Sumamente
honrado, jamás en los tratos engañó a
nadie y a todos socorría con sus limosnas. En la contemplación
en el cielo de la belleza de la
Virgen de las Angustias, le dirá mirándola a la cara: ¡Tú sí que
tienes casta Madre! ¡Tú sí que eres
el orgullo de nuestra raza gitana!
Para mecer bien tu palio
Angustias quisiera darte
al son de unas bambalinas
todo el misterio del arte,
de cera, mimbre y claveles,
bien repujados varales
y unas jarras canasteras
con resonancias ducales.
Para mecer bien tu palio
entre la tierra y el aire,
una cuadrilla gitana
con el Pelé que lo mande,
harían de esta Sevilla
una Cava de gigantes,
con el martillo en la fragua
y una voz de cante grande,
que la eleva un capataz
que está puesto en los altares.
Que para mecer tu palio
hay que saber embrujarte,
con tu cuadrilla torera
de costaleros juncales,
que bailen bajo tu paso
que por seguiriya igualen
y en el bronce de sus manos,
te recen igual que canten.
Que para llevar tu palio,
Angustias, para llevarte,
hay que quebrar las cinturas,
tener corazón y sangre
y rachear muy despacio
con chicotás celestiales
¡Qué voz la del capataz!
que llega al alma y la parte
que llega al alma y la funde
en el crisol de la sangre.
De San Román a las Dueñas
de las Dueñas hasta el Valle
la procesión más gitana
que pudiera imaginarse,
nos demuestra que la cera
no es lo único que arde
porque el corazón se quema
cuando quiere arrodillarse.
¡Al cielo con las Angustias!
¡al cielo con los varales¡
¡al cielo con la Gitana,
que ninguno la compare!
Porque la luz ha escogido
un rostro para mirarse
y entre inciensos y promesas,
entre querubines y ángeles,
todo está a punto, Señora,
para contigo quedarse
en la mañana del Viernes
desde las Dueñas al Valle,
que al mecerse bien tu palio
¡Se vuelve gitano el aire!
El pregonero que vino en una barcaza, quiere cruzar con
su palabra el río grande y americanista,
pisando descalzo como Moisés, la tierra sagrada y prometida
de Triana, arrabal y guarda de Sevilla.
Repleta de hornos, renueva el patronazgo alfarero de las
Santas Justa y Rufina que modelaron
azulejos repartidos por cada esquina de Sevilla.
Muy pronto el Altozano, se hará Catedral al aire libre como
testigo de la Coronación de la imagen
de la primera Hermandad que cruzando un puente de barcas,
vino a Sevilla con la bella Virgen de
la O. La Expectación dolorosa, que regenta la parroquia de su
nombre, hará que con su Coronación
queden coronadas todas las Esperanzas que lloran en Sevilla.
Triana ha coronado simbólicamente a todas las Vírgenes que
en ella tienen casa. Coronaron con
el fervor de San Gonzalo a la que en el Tardón es Salud.
A quien sabe que siendo la mas bella y señorial de las Cigarreras,
la Virgen de la Victoria, precisó
que fuera el mismo Rey de España, quien la acompañara el Jueves
Santo.
Coronar del oro que en el fundidor se forja, las sienes de Patrocinio,
Medianera universal de la
Gracia y Señorita Inmaculada, que lleva a sus pies en marfil y
plata, esa Blanca Paloma del Rocío
que es orgullo y gloria de su barrio de Triana.
Todas las Vírgenes de esta orilla del río, desde donde recibe su
nombre hasta la “Nueva Triana”,
están coronadas, como en oros solemnes se coronaron dos
hermosas perlas, la Esperanza y la
Estrella en el marco catedralicio.
Para rezar en Triana
tengo mi amor repartido
entre la Señá Santa Ana,
Victoria, O, Patrocinio,
Salud y en la Madrugada
mi alma llega al delirio
cuando diviso su cara
¡Tres veces su Hijo caído!
Cruza el puente y la campana
regresa por San Jacinto
y cuando llega a la Cava
la Cava es el cielo mismo.
Desde Sevilla a Triana
hay resplandores de cirios
y otra expresión en su cara
en el espejo del río
y otra luz en la alborada
cuando viene en su navío
y otra distinta fragancia
al desandar el camino.
Entre espumas deja el ancla
¡Qué clamor entre el gentío!
que arriba la capitana
y el aire es plegaria y grito
y al ver de frente a su hermana
sigue mi amor repartido.
Una, alfarera y gitana,
la otra vela en el camino.
Una es brisa de bonanza
la otra Luz del infinito.
Y dos Madres coronadas
en este barrio escogido
una Estrella, una Esperanza
y siempre igual el destino,
la valentía y la gracia,
el fulgor y el señorío,
el verde mar esmeralda,
y el azul más cristalino.
Se entrelazan las miradas
pero es el mismo latido.
Que se queden cara a cara,
la emoción se haga suspiro.
Marinera de mi alma,
¡quédate aquí en San Jacinto!
con tu vecina y hermana;
que está mi amor repartido
bajo el cielo de Triana.
Cada una de nuestras hermandades, ha sublimado la grandeza
de sus titulares de palio o las
que protagonizan la compañía de Cristo en cada uno de sus
misterios.
En stabat mater permanente, Concepción, Remedios, Guía,
Antigua y Mayor Dolor, la acompañan
como la Giralda en la vertical que les guía hacia el cielo.
Los hermanos Servitas pusieron al sexto dolor toda la unción
con que la Piedad acoge a la
Providencia desclavada de la Cruz, como lo acaricia
Descendido en la Sagrada Mortaja con
dobles de muñidor que lo anuncian.
Así llega la Soledad del Convento de la antigua calle
Catalanes, consolando los ancianos por Castelar,
y Soledad del negro hábito de los hijos de María
Dolorosa, que en la plaza de San Marcos pasea sus
siete Dolores buscando el sepulcro del Santo Sábado.
Santa Ángela esposada con el divino madero llegó
a asumir tanto el amor al glorioso árbol desnudo
del Nazareno, que deseaba hondamente clavarse
en él. Ella llegó a decir en una de sus cartas:
"Nuestro país es la cruz, en la cruz voluntariamente
nos hemos establecido y fuera de la cruz somos
forasteras”. Las Hermanas de la Cruz están dentro
del espíritu de nuestras Hermandades y Cofradías.
Y viceversa.
Todos los días hacen su estación de penitencia por
Sevilla, caminando con el paso acelerado porque
la caridad de Cristo les mete prisa. Al llegar la
Cuaresma, por no sé que extraña simbiosis, Hermanas
de la Cruz y Hermandades se identifican más en una
preanunciación de sacrificio y gloria.
Cada una de sus casas tiene una puerta que siempre
se abre, ya sea al Rey o al mendigo,
al hambriento o al acomodado, al rico o al empobrecido.
Su hábito tiene dimensiones sobrenaturales,
lo han vestido igualando a todos en la dignidad al que
lo acepta, ya sea una humilde zapatera o
una Infanta de España.
Pero de hábito la que más sabe es aquélla con la que
el Sábado de Pasión, las Hermanas de la Cruz,
tienen una cita en San Juan de la Palma
Ataviada la Señora en su palio con las mejores galas,
dos Hermanas de la Cruz suben a ese trozo
de cielo que es su peana, para prender en su saya,
el rosario o corona de Madre María de la Purísima,
para que junto al primer dolor coronado de Sevilla,
repose la oración de una de sus más milagrosas
hijas, achicándole la pena a la Amargura.
Va rezando la Amargura
hacia San Juan de la Palma
y la tristeza del alma
se llena ya de dulzura.
Todo se torna en ternura
y lo oscuro se hace luz,
las Hermanas de la Cruz
van saliendo del convento
y es el palio un firmamento
y la calle un contraluz.
La Virgen lleva el rosario
que Purísima tuviera,
un rosario de madera
de hábito y uso diario
como humilde escapulario
que cuelga de su cintura,
y al irse de la clausura
mientras se alejan los tramos,
otro Domingo de Ramos
va rezando la Amargura.
El Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica nos ha
invitado a contemplar y definir la verdad
del Amor, Así lo entiende el Crucificado del Salvador,
Amor que devora y consume con el coraje
de darlo todo para que Él sea conocido y amado.
Ni la Virgen del Valle, ni la del Socorro, pudieron
vislumbrar, que por avatares del destino fuera
la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús,
el mejor lugar para colmar su morada
compartida de un derroche de inocencia blanca un
Domingo de Ramos.
Viejos códices de llanto se guardan en La Anunciación;
llantos que sonorizan, en el paño de la
Verónica, en el perfil vacilante del encuentro amargo,
y en el prisma astral de dolor que son
los ojos de la Virgen del Valle.
Es allí, donde los lienzos de Roelas, quisieron plasmar
el Amor y la aflicción, donde un pelícano
se parte el corazón para que beban sus hijos, donde la
Virgen de los Reyes quiere ser mecida
en el mejor techo de palio el primer día de nuestra
Semana, donde Zaqueo sin pensarlo, tiene
el mejor lugar para ser cronista de tantos y tantos
sentimientos.
Allí, dos Madres lloran con el bendito dolor de su
Valle de penas y el Socorro Perpetuo de su
desconsuelo... Allí vio el pregonero a sus dos Vírgenes
bajo la misma cúpula. Al llegar el Viernes
de Dolores cuando baja en su traslado, la Señora
cruza la mirada con la Virgen del Socorro.
Si al decir de Rodríguez Buzón, “como llora la Virgen
del Valle solo lloran las madres de la tierra”,
con Ella en la calle Laraña, también llora la orquídea
delicada del Domingo de Ramos que el
Jueves Santo muda en rosa de Pasión en su mano,
entregando su corazón por Amor, el Cristo
del Amor que no defrauda.
Amor de primavera florecida
sobre un leño de Amor crucificado,
Amor para olvidarnos del pecado,
Amor que deja el alma renacida.
En Ti nace y acaba nuestra vida,
Pelícano de Amor glorificado,
que pasas de lo humano a lo sagrado
pues vive en Ti el Amor y en Ti se anida.
Amor bajo tu sombra en los costales,
Amor de viña y panes candeales
que convierte en lagar tu canastilla.
Amor en lo más alto y más profundo
ejemplo para el hombre y para el mundo.
¡Amor! ¡Amor de Dios y de Sevilla!
La víspera del Domingo de Ramos, en la oscuridad
de la parroquia de la Magdalena ya brilla
el Misterio de mi Hermandad de la Quinta Angustia.
El contraluz sobrecogedor del Cristo del
Descendimiento impone silencio a los fieles que
rodean el altar situado junto al respiradero del paso.
Desde su templete, el Dulce Nombre de Jesús
contempla el ir y venir de los preparativos de la solemne
Misa de Ramos de medianoche, mientras la sala
capitular es un inmemorial recuerdo en la mente
del sacerdote celebrante.
Recuerdos, cuando esa puerta pequeña de la Hermandad
que ahora da paso a tantos hermanos
que acuden, se abrieron para el por vez primera,
cuando nadie lo conocía, para contemplar después
cómo el irreal muro de la tradición, de las formas y
la estética se derrumban ante el peso de una
devoción común y compartida.
A la memoria vienen rápidamente rostros de hermanos.
El capiller, los priostes, las camareras,
el vestidor... Muchos de ellos esperan entre la multitud
que llena la parroquia para recibir de sus
manos el Cuerpo de Cristo, pero otros ya no están
presentes porque el censo de habitantes de
nuestra ciudad y las nóminas de algunas Hermandades
tienen este año, números de menos
en sus cuadrantes.
Hace poco marcharon al cielo, con la nobleza que los
buenos cofrades saben llevar a las alturas,
dos cristianos doblemente hermanos Luis Rodríguez
-Caso y su hermano Vicente.
También doblemente conocían el amor de las manos
de la Virgen de la Quinta Angustia porque
fueron talladas por su padre tomando de modelo
las de su propia madre.
Junto a la Virgen su escultor, el padre que le dio vida
a la Señora que con un pañuelo en las manos
secaba las dos lágrimas de sus dos únicos hijos que
en poco más de un año, habían nacido en los
ojos de la Virgen.
En La Quinta Angustia honramos a los que se fueron
cogiendo con fuerza las cruces arbóreas que
cada Jueves Santo nos recuerdan, que no hay amor
sin Cruz y que solo Dios basta, que por algo
nacimos en el Carmen, igual que Santa Teresa.
Esa fuerza será la que nos ayude a subir los peldaños
del patíbulo de la Cruz con Nicodemo y
Arimatea para descender a Cristo desde su arca de
bronce, al más puro corazón de la Semana
Santa de Sevilla.
Ya suenan las doce y es Domingo de Ramos. Ya en
San Lorenzo el Gran Poder tiende a todos
sus santas manos atadas, y ahora en la Magdalena
el incienso y los sones de Amarguras inundan
las naves del Convento de San Pablo. La procesión
de entrada de la Misa de Ramos comienza y
este sacerdote nazareno se encamina hasta el altar
dirigiendo una suplica a María, su Virgen, en
Su Quinta Angustia
“Salve, Fuente de Amor y Consuelo. Salve, Esperanza
del caído,
Rostro elevado al Cielo,
lagrimas ocultas para mostrarte mejor,
como la celestial Sevilla donde Tu habitas.
Que el amor de tus lágrimas
nos abran para siempre
las puertas de la celestial Sión.
Yo a Tu Hijo me consagro por entero.
Que mi vida sea como el pañuelo
y la sábana que tú sostienes,
consuelo y acogimiento de mis hermanos
que son el Descendimiento de Cristo
que cada día llega hasta mis manos.
No me olvides Madre mía,
mujer fuerte de Israel,
mi Quinta Angustia de María,
nuestra Quinta Angustia de Sevilla”.
La ciudad aparece en los albores de diciembre,
pintada de tintes celestes de fervor mariano.
Ante la Purísima que presidía el altar Mayor de la
Catedral, un grupo de diez niños ataviados
a la usanza dieciochesca nos disponíamos a ejecutar
la tradicional danza ante la Virgen.
Yo formaba parte de aquel grupo de seises que en
la aritmética mágica de Sevilla son diez y
ya entonces evadía mi mente buscando el rostro de
aquella Inmaculada a la que dirigíamos
nuestro canto.
No tenía lejos mi amor. Sobre la Puerta de la Concepción,
en el cuadro monumental de Grosso,
tantas veces cantado en esta tribuna, la descubrí a Ella.
Cuántas veces soñando, con aquel hermano de la
Cofradía de los Primitivos Nazarenos que en
tan soberbio tapiz, parece un nazareno elevado a
los altares en la Gloria de Bernini sevillana,
como un santo canonizado con túnica, capirote y la
bandera de voto concepcionista.
Quién sabe si fue un olvido del pintor tan insigne el
no reflejar en su obra, un “armao” que
transformara la espada inmaculista en el Senatus
del Capitán de la Centuria. Ahora que de nuevo
tomo mi barca para marcharme, sigo soñando con
encontrarme un día tan cerca de Ella como
están los seises del cuadro. Mis ojos son y serán
siempre para Ella, mi invisible pareja en
aquella danza.
Lo nuestro fue un flechazo de belleza, amor y
respeto. Clavó hace treinta años su mirada en mi
alma y desde entonces no me he resistido nunca
a amarla. He crecido en ese amor y cada día,
cada nuevo día que cruzo el Arco, parece que fuese
el primero.
Un verso de amor me trajo hasta su puerta, una
noche, celosamente guardada por esfinges de
azucenas en otoño. Incliné mi frente ante sus ojos,
esos que cambiaron el rumbo y la melodía de
esta ciudad secular y el alma a los que ante Ella se
postran. Y ahora por ser su pregonero he podido
contemplarla de cerca y llevarla en mis brazos.
Le susurré al oído como un enamorado las coplas
de mi niñez. Como alegre crótalo acompasaba
mi canto, y sin ser el seise que bailó para Ella el
31 de mayo de su Coronación porque no conocía
su cara, en ese instante, se hizo realidad aquel
sueño que en su rostro pegado al mío me enamoró de Ella.
Qué sería, sí, qué sería
si Sevilla no tuviera
tu perfil de Niña Madre
ni tu sonrisa hecha pena,
sin la dulzura infinita
de la luz de tu inocencia,
sin tus ojos, sin tus labios,
sin tu extremada belleza,
sin el verde de tu manto,
sin tu atributo de Reina
sin los primores bordados
que hizo Rodríguez Ojeda,
sin que en tu pecho brillaran
las esmeraldas toreras,
sin que lloraras detrás,
del que tiene una Sentencia,
sin que pueda contemplarte
cuando el sol ya te refleja
sin que te entone una voz
una imprevista saeta,
sin el balcón adornado
que año tras año te sueña,
sin tu resplandor cautivo
por Resolana y por Feria,
sin pétalos que te cubran
cuando por Parras regresas
sin que atravieses el arco
sin que cruzaras la verja
sin que te roce la brisa
que baja por las almenas,
sin los ojos que te piden
sin la niña que te reza
sin la mujer que da gracias
sin el hombre que te ruega,
sin que el capataz te diga:
¡Vamos al cielo con Ella!.
Pero vives tan presente
que Sevilla siempre espera
y sueña con poder verte
otra madrugada eterna.
¡Ay! qué suerte Madre mía,
acompañarte tan cerca,
con vara basilical
y con rosario de cuentas,
ir delante de tu paso
y entre las dos maniguetas,
notar que me están llamando,
tus bambalinas de seda;
sentir que Tú me acompañas
como aquel niño -¿recuerdas?-
que aprendió a rezar contigo
y en Ti encontró la respuesta
para seguir el camino
de Jesucristo y Su Iglesia.
Mas mi sueño fue ser seise,
que bailara en tu presencia;
que el 31 de mayo
sonaran mis castañuelas.
Ser un seise que a tus plantas
exaltara tu belleza
y al verte ya coronada,
proclamara tu grandeza.
Y aquí me tienes hoy, Madre,
he cumplido mi promesa
que un sacerdote del pueblo
Tú me pediste que fuera.
Y aunque mi nombre florece
en tu jarra de azucenas,
sueño que al llegar el día,
en el que el alma se entrega,
seré seise que te baile,
en Tu gloria ¡Macarena!
ASÍ SEA
PREGÓN SEMANA SANTA SEVILLA 2001
Carlos Herrera
¿Cómo no voy a acordarme del día en que volví a verte, después de
tantos años, siendo yo un adolescente?. No creas, mi amor, que
esas cosas se olvidan. Lucías tú una clara mañana de verano, de
amaneceres que no mienten, de esas mañanas de luces blandas
que te hacen gloriosa. La luz se había levantado a eso de las seis.
Recién habías despertado y en tu rostro encalado se dibujaba la
dulzura de los cuerpos tibios. Yo vestía de blanco, tenía veintiséis
años menos y el corazón a medio escribir. Ni siquiera podía
imaginar que algún día fueras a fijarte en un muchacho que se
presentaba ante ti con una maleta, tres tebeos y el rostro atontado
por una larga noche de tren, siempre el tren.
Creí, al verte, que el nuestro estaba condenado a ser eternamente
un amor de perfil, porque no me sentía con fuerzas de aguantarte
la mirada, ese dulce tiroteo de tus ojos. Sólo tenía una vergüenza
apocada y un viento que me la esparcía por toda el alma. ¡Hubiera
querido decirte tantas cosas!. Que llevaba años deseándote, que
por qué haber esperado tanto, que ya iba siendo hora, amor, de
darnos lo soñado, que vendería mis años al peso, por uno solo de
tus suspiros, que... pero solo me salieron arrullos de
mansedumbre. Si acaso, adornados por aquellos vencejos que se
empeñaban en hacer jeroglíficos en el cielo, pero poco más.
Empezaba entonces nuestra historia pequeña, la que sabemos tú y
yo. "Pasa, hay sitio" y pasé. Me acomodé en uno de tus rincones en
los que la vida transcurre lenta, a velocidad de óleo, dispuesto a
rondarte cada noche desde las tinieblas de cualquier bocacalle. Me
propuse quererte desde la fiebre que me consumía, desde el grueso
de la muchedumbre que te ama, desde el silencio atronador de mis
pulsos, desde la lágrima y el sobresalto. Y así fuimos creciendo, tú
en tus cosas y yo... también en las tuyas.
Iba a diario a ver el árbol de hojas lentas por el que se te muere la
tarde, a mojar mis dedos en el agua bendita con la que te
santiguas, a cargarme como tú con el aroma de las horas, a
beberme la sal de tu llanto, a mecerme al cobijo de ese viento tuyo
que arrastra su calderilla de hojas como quien descorre una cortina.
Soñaba con tomarte de la cintura y pasearte a la antigua, con el
paso pegajoso de los veranos; soñaba con acariciarte esos labios
con los que modulas el almíbar de tu acento; soñaba la aurora de
tu mirada mientras se desdibujaba el día tras la ventana de las
cosas. Iba a encontrarte en el fondo de los ojos de La Candelaria.
Soñaba, mi amor, con presentarte a mis padres, y a mis amigos, y
al mundo entero. Y después echar a correr gritando tu nombre por
los callejones de la memoria.
Fue entonces cuando supe que había nacido a ti. Que ya nada
tendría sentido sin ti. Que solo con el favor de una mirada yo
podría construir todo un búcaro de rosas. Que de golpe desaparecía
tanto polvo acumulado en los labios.
Me besaste discreta y quedamente una de esas noches en las que
el amor se te hace grande y ya tengo desde entonces el corazón
vestido de festejo mientras se van desprendiendo, uno a uno, todos
mis pétalos de ceniza
Hoy, mi amor, tras los años, tenemos tantos golpes que ya ni de
pie cabremos en la muerte. A veces pienso, como dijo el poeta, que
solo nos falta la miseria para ser invencibles. Sin embargo, sigo
amándote con la misma imprudencia de siempre, como si fueres
solo mía, como si nadie más pudiera amarte con la furia de los
tímidos o la impericia de los adolescentes. Sigo abrigando una
tortuosa senda de sentires que me lleva, inevitablemente, ante ti. Y
ante ti estoy, al igual que aquél otro día en el que el soplo de tu
gracia golpeó mi rostro adormecido. He vuelto para quererte y para
decírtelo pausadamente, masticando cada palabra y cada verso:
Soy, mi amor, lo que queda de un abrazo
El vaivén de tibias manos en la cuna
Ese gozo que cabe en tu regazo
Cuando un niño está rezándole a la luna.
Soy un hombre feliz porque te amo
Porque espero que tu entraña se entreabra
E ir sembrando, quedamente, tramo a tramo
Tanto amor recriado en mi palabra
No me mueve más la risa que el lamento
Ni a ti la multitud. Una cuadrilla
Te es bastante, te sobra, te da aliento
Soy la sombra, tú la luz, eres Sevilla
Excelentísimo y reverendísimo
Sr. Arzobispo
Exmo. Sr. Alcalde
Exmas. e Ilmas. Autoridades
Ilmo. Sr. Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hdes
y Cdias
Sras y Sres
Sevillanos, Cofrades y Amigos todos.
Debo comenzar por devolverle a mi presentador, Don Juan Ortega,
el mismo afecto y cariño que ha volcado en sus palabras. Gracias
querido Juan. Eres un señor y honras este atril como honras la
política con tu presencia.
Hoy que faltan pocos días para que comience la melancolía, me
asomo a este balcón de madera a contaros lo que vosotros sabéis
mejor que yo. ¡Qué osadía!. No habrán caído unas lunas cuando ya
la luz del mediodía cachee las túnicas de los primeros nazarenos.
La melancolía nace en el alma como una azalea y resguarda sus
disimulos en un repliegue del corazón. Empieza a tender trampas al
verso y acaba por abrazarnos como un castigo inevitable.
Habiendo cerrado ya las puertas de la Cuaresma, el sol empieza a
escribir en las azoteas sus lecciones de Primavera. Hoy, asomado a
la cancela de esta Primavera que se me antoja una princesa
caminando de puntillas, os llamo a lo mismo, a la costumbre; os
llamo al plateado dolor de Pasión, al encaje del pañuelo de Caridad,
a la sevillanía insobornable de Las Cigarreras, al atronador silencio
pálido del Calvario, al dolor gótico del Santo Entierro, a la silente
Misericordia de Santa Cruz, a la muerte inacabada en San Julián, al
angustiado compás de los Gitanos...
En poco más de seis días, el tiempo empezará a ser descontable,
justo cuando se eche a la calle esa vista aérea de Dios que es una
cofradía. La Alfalfa de azulejo ha visto pasar a los que serán
nazarenos a la búsqueda de un capirote nuevo, como si les hiciera
andar aquél sonámbulo discurrir de la infancia; los comercios de
cinta métrica y cartón han visto aglomerarse a sus puertas la
paciencia de la espera; la Alcaicería nunca ha sido tan transitada
por almas con papeleta de sitio; hasta el nazareno del Siglo
Sevillano parece haber vuelto a contar los días en su esquina de
Álvarez Quintero. Empieza ya a saber a incienso la palabra, se
empiezan a soñar capirotes en bandada sobre la penumbra de las
calles, se oyen tambores a lo lejos, se quitan los dedos su pátina de
ceniza y cruza las esquinas la sombra de una parihuela.
En poco más de seis días, el nazareno volverá a su vértigo de
soledad, a su encierro de tela, a su sueño de ojos entreabiertos. El
nazareno es un llanto de lucero que expurga penas de cera y
penitencias de asfalto. Igual que vuelve el paisaje con su delantal
de flores, vuelve el nazareno a abrir senderos hacia el llanto
definitivo.
¡A LA GLORIA, SEVILLANOS!
Y marcharemos ala Gloria, por un camino de cera. Y volveremos a
ser niños asombrados ante la Majestad de un Dios que ha bajado a
vernos otra vez, al igual que en aquellos años llenos de aroma de
vida recién estrenada, mucho antes de ese día en que parten de
verdad los barcos de juguete.
Os llamo a la Gloria, a la Gloria, sevillanos, a la Gloria de una
semana que cuenta el tiempo al revés.
A la Gloria, sevillanos, a la Gloria
Con un sol entre las manos
Y a lomos de un borriquillo
Por el Domingo de Ramos
Viene Dios hecho un chiquillo
A la Gloria, sevillanos
Que salen y entran dos veces
Los suspiros que se elevan
Cuando se vence y florece
La piedra de San Esteban
A la Gloria, a la Gloria
Suspiros de mi Sevilla
Dad forma a esa canastilla
del Arenal hasta el cielo
Dos ladrones y un Mesías
Lleva mi Carretería
Entre azul de terciopelo
A la Gloria, sevillanos
Que Caifás se da de bruces
Con su barrio y con las luces
De San Gonzalo y su alarde
Viene Jesús jadeante
Que se ha llevado toda la tarde
Con la izquierda por delante
A la Gloria, a la Gloria, Sevillanos
A la altura de Rocio detenida
Por la voz del capataz en desafío
De Rocío hasta la voz no habrá medida
De la voz hasta Rocío solo hay Rocío
A la Gloria, sevillanos
Que un simple beso le nombra
Y un Prendimiento se encarta
Cuando a Jesús le da sombra
Un olivo en San Andrés.
A la vera, en Santa Marta
Larga sombra da un ciprés
A la Gloria, sevillanos
Que va la Gloria rendida
Que va Dios ¿no lo estáis viendo?
En una sola caída
Y está tres veces cayendo
A la Gloria, sevillanos
Si se ha caído a tus pies
Tres veces, y se arrodilla
¡coge sus brazos, Sevilla!
Y levántalo otras tres
A la Gloria, sevillanos
No será Semana Santa
Si va ese Dios andaluz
Bajo el peso de la cruz
Y tu amor no lo levanta
A la Gloria, sevillanos
¡que no sé como no lloro!
Al verte cruzar a oscuras
Tu calle de la amargura
Señor de San Isidoro
A la Gloria de cien hombres altaneros
La Centuria deja un barrio conmovido
Y enhebrando un laberinto de senderos
Resucita una Sentencia del olvido
Y desparrama estelas de luceros
A la Gloria, pues, Sevilla, a la Gloria
A la lágrima sin fin ni escapatoria
A la fe que cada vértigo proclama
Mientras Dios va derramándose en el día
Y la tarde en jilgueros se derrama
A la Gloria hecha toda cofradía
A la Gloria, a la Gloria
Y a Maria!!!!!!!!
DIOS DE LOS CRISTIANOS
Y a El Salvador iremos a ver a Dios. A tratarle de tú.
Eres, Señor de Pasión, la última esperanza de quienes han llenado
su vida de sueños fugitivos. Están ahí, a la vuelta de la esquina,
viven en esos sitios en los que la realidad está en guerra con los
pájaros. Para ellos Dios es poco más que una mano con dedos
nudosos. Son, Señor, esos hijos tuyos desechables y miserables a
los que ojos egoístas recriminan la existencia desde cualquier
ventana. Son paridos día a día a la intemperie, fantasmas de países
desangrados que jamás son invitados a la gran fiesta de la
humanidad. No van a verte. Suele ser gente de pocas cosas y mal
explicadas. Hay tipos a los que comulgar les da acidez. A otros les
duelen los dientes al rezar. Pero son hijos también de tu Pasión, de
esa palabra tuya que habla de amor. Pero ¿qué mayor amor hay
hoy que la justicia? ¿Dónde está, Señor, la justicia que esperan los
que mueren por llegar al norte, los ahogados de cansancio, los que
no tienen ni padre, ni madre, ni patria, ni casa, ni silla para
sentarse, los que no tienen familia, los que no tienen ni tumba?. Si
levantamos la piel al mar, veremos a muchos de ellos allá abajo.
Cuando la soledad se queda a vivir de madrugada en los
semáforos, cuando se hace el silencio en el rostro demudado del
miedo, cuando los fantasmas siguen el releje que les lleva a donde
no hay ciudad, cuando los puños robustos de la pena apalean a los
indefensos, es cuando más necesario eres.
E iremos a San Lorenzo, a ver a Nuestro Señor, para llevarle allá
donde mueren los que no son capaces, al frío mundo de los
indolentes, a las fronteras que no cruzamos por temor a
encontrarnos con la verdad reseca de los que no tienen nada.
Señor del Gran Poder, hay que tomar tu palabra y hacerla social y
cotidiana, traducirla a los hechos de este siglo que empieza y que,
como los anteriores, amenaza con dejar almas violadas en los
cementerios. Mientras alguien mire al pan con envidia, el trigo no
podrá dormir, oí decir.
A los católicos nos sienta bien la caridad. Pero como cristianos,
convendría que buscáramos justicia, que no es lo mismo, aunque
tenga mucho que ver. En el fondo, a los católicos nos convendría
ser un poco más cristianos de lo que somos. Pero ese es otro
debate.
En estos tiempos que tanto se parecen a una fiesta de cuervos, mi
pregunta, esa que lleva persiguiéndome tantos años, no deja de ser
una forma de súplica. Tú eres, Señor, el último flotador de un barco
que nunca acaba de hundirse. Danos la Fe, que cuando un hombre
tiene Fe, nunca está solo. Y ayúdanos a quitarnos tanto Judas de
encima, tanto visitante de la muerte, tanto odio sobre Sevilla, tanta
fiereza de pistolas negras sobre su gente, tanta navaja afilada por
sabinos enloquecidos y calentada al fuego de las hogueras por
acólitos de no sé qué independencia.
Porque asombra, Señor, que, vistas las cosas, después de dos mil
años, en ciertos lugares siguen vitoreando a Barrabás, al que
salvan de cualquier castigo y al que entronizan como héroe
popular. Por cada Barrabás que coronan, aquí muere un cristiano. Y
tanta muerte harta de tal manera que la ira se apodera de nosotros
y nos conduce a donde no queremos ir. Quinientos judas sevillanos
han preferido a Barrabás y cuando eso ocurre en una tierra
hastiada de poner la otra mejilla, uno se pregunta si hay que
dejarse llevar por la furia o hay que seguir manejando inútilmente
la templanza y la espera de tiempos mejores. Yo no lo sé, pero me
malicio que quienes tienen que saberlo, tampoco lo saben.
Entretanto, vamos conociendo la cara negra de la muerte, ese
saurio esquelético que tiende su red pegajosa y blanda, que llega a
ti vestida de frío como un luto anticipado y seguimos rindiendo
honor a la memoria de los inolvidables Alberto y Ascen, o a la del
recientemente muerto Antonio Muñoz Cariñanos, por no citar a
aquellos que han tenido que dejar su tierra, su casa, su gente,
amenazados por las balas y el odio inexplicable, o a aquellos que le
hemos devuelto el saludo a la muerte.
Hace pocos días, envuelto por el aire franciscano de San Antonio de
Padua, frente al Señor del Buen Fin, oí hablar de paz. Y sumé mi
voz al eco de San Francisco de Asís cuando pedía paz para los
hombres, para los pájaros, para todas las cosas. Paz. Pido también
paz para la hermana luna, para el hermano sol, para la Tierra. Pero
también pido paz para Sevilla, paz para los hijos de Sevilla, paz
para los vivos y los muertos, paz para los amenazados, paz para
nosotros. Paz, paz, paz y solo paz. ¡Dejadnos en paz!.
Señor, en tu inmenso Gran Poder, tal vez tu mano esté hastiada de
encalar el firmamento, pero nosotros, Señor, somos el único error
que nos podemos permitir, y nuestra estatura crece en el desastre.
Los que aquí estamos, hijos de alguna resaca de plegarias,
conocemos demasiado bien nuestras cicatrices. Toda primavera,
Señor de Sevilla, cuenta con sembrados que fracasan, la luna tiene
pedregales y el aljibe presuroso de las aguas de mayo acumula
estiércol y gañanía. Lo sabemos. Pero el hombre merece un salario
de esperanzas. Aquí tienes nuestras manos, vueltas sus palmas
hacia el cielo, mustias como campanarios abandonados,
tremulantes, como mis palabras suplicantes al aire de San Lorenzo,
temiendo contagiar la penumbra o la pesadumbre. Mis manos y
estas manos son las manos de tus hijos. Son las manos de los que
mueren. No las de los que matan. Son manos pacientes. Manos de
sangre sevillana. Danos, Señor del Gran Poder, el soplo de
esperanza que deja en el viento tu andar cansino hacia el Calvario.
Ten mi llanto sujeto y altanero
y el despertar sereno de mi aurora
mi mano temblorosa y ten ahora
Este amor desmedido y pregonero
Y de mi boca el rezo del sosiego
de mi ayer, porvenir de mis regresos
de mis labios, perfil de algunos besos
Y ten mi devoción por si la quieres luego
Cruzo y recruzo, amor, para ir contigo
Con este soplo de Fe y de amanecer
Ve la sangre de mis labios cuando digo
¡Salva siempre a Sevilla, Señor del Gran Poder!
CRISTO CAMINA POR SEVILLA
Pero, ¿por qué caminan los Cristos en Sevilla?.
Cuánto de innatural y extraño se esconde en el lento avance de un
Crucificado que recorre nuestras calles con el paso firme y
verdadero, pero a la vez dulce y lleno de consuelo, de un hombre
que agoniza sobre una Cruz.
Estaréis de acuerdo con este pregonero en que cada paso de Cristo
en la Cruz que camina por Sevilla es mucho más que un altar de
madera con una dramática estampa de Jesús.
Lo sabéis, lo sabemos todos, que se trata de Dios, el mismo Dios
hecho hombre caminando ante nuestros ojos en una imagen
repetida desde niños. ¿Qué otra cosa sino a Dios acertáis a ver,
decidme, cuando contempláis al Cristo del Amor alejarse Cuna
abajo en una anochecida de primavera mientras el eco de la esquila
de una espadaña resuena por las amorosas azoteas de vuestra
infancia?
Decidme si no es a Dios a quien veis cuando el Cristo de las Almas,
el de la Fundación, el de La Veracruz, el de la Conversión, el de las
Siete Palabras, el de la Exaltación o el de la Sed derraman en el
dulce atardecer del Centro su letanía de pasos contados bajo un
cielo de vencejos que ponen música al silencio triste de Jesús
crucificado.
Y por más que miremos bajo un paso de Cristo y sepamos de la
presencia de los sufridos costaleros, a nosotros no nos engañamos.
En un Crucificado de Sevilla vemos caminar a un hombre al que
llaman Jesús en la Cruz de su Buena Muerte, en la señorial
oscuridad de San Gregorio con los Estudiantes o en la
mansedumbre inerte del de la Hiniesta a la misma hora subiendo
Placentines.
Ahí va Dios, lo podéis ver, atravesado de un dolor vertical que
apunta al Cielo y de otro horizontal que democratiza su agonía y la
convierte en un asunto íntimo y de todos a un tiempo.
Por qué caminas, Señor, si agonizas en la Cruz? ¿Adónde llevas tus
músculos deshechos por el sufrimiento? ¿Por qué vienes hacia
nosotros Santísimo Cristo de la Salud, de la Sagrada Expiración, de
Burgos y del Calvario? ¿A qué moverte?
Déjame que te acompañe. Quiero ver tu rostro más de cerca.
Quiero poner mi mano y sentir la piel todavía tibia de tu cuerpo.
Permíteme, Señor, que apoye mi frente a los pies de la Cruz.
Quisiera sentir la última vibración de tu respiración cansada,
arrancar tus clavos, besar tus heridas, apaciguar tu dolor, que es el
nuestro, y seguir a tu lado mientras trato de descifrar todo el
misterio de ese largo camino al Cielo... por la señal de la Santa
Cruz.
ESA FORMA TUYA DE MORIR
Expiras. Y mueres. Y no acabas de morir. Y en el Museo vives otra
tarde en la muerte curvada de tu figura y en el Patrocinio vuelves a
vivir para volver a morir.
Te veo venir de lejos
Y ya estoy viendo venir tu muerte
Me voy a tu encuentro
Pausadamente
Como tantos, absortos, perplejos.
Qué solo estás Cachorro,
con tanta gente
Qué solo en tu cortejo.
A quien estás llamando con los ojos
Si solamente un viento te acompaña
Que se da mucha más saña
En aventar tus despojos
Que en calmarte la agonía
Que está dejando vacía
Tu mirada de congojo.
Te veo venir desde lejos
Y no sé si son tus ojos
Los que están mirando al cielo
O es el cielo que es tan viejo
que le ha puesto a tu reflejo
una pena y un desvelo
Y si estás muerto
¿por qué te siento?
Si no vives,
¿quién me habla?
De quién son esas palabras
Que caídas de una cruz
Me cortan como un lamento
Con ese sagrado acento
De Jesucristo andaluz?
Eres Dios o eres madera?
Eres hombre, eres cualquiera?
O eres solo primavera
Que Triana a su manera
No ha dejado que muriera?
No lo sé
¡Si yo supiera!
Sabría que hacer con mi pena
Con tu agonía,
tu quebranto
Y con el duelo
Y la condena
De morirte siempre tanto
Sabría que no te me mueres
Que nunca mueres
Cachorro
Que esta entre mis menesteres
Seguirte
hasta donde eres
Cristo, mi Fe y mi socorro
Y entre tanto yo me asomo
A tu puente
y lo recorro
De la duda al abandono
Tu te estás muriendo a plomo
Cachorro de Dios, Cachorro
CRISTO A LA MEDIDA DE SEVILLA
Cristo agoniza en Sevilla con el lamento de hombre en los labios,
como si supiera lo que está dejando atrás. El de Sevilla es un Dios
cercano representado con majestad divina pero con semblante
humano. Su rostro es el rostro de cualquiera de nosotros, que es lo
que Dios quiere para su representación. Desde Jesucristo, Dios ya
no es igual. Otras tradiciones tan lejanas como hermosas
representan a un Dios inasumible, difuso, distante. Sevilla, en
cambio, quiere que el cristiano vea a Dios como si se estuviera
viendo a sí mismo.
Poco podía imaginar Juan de Mesa la trascendencia de los giros de
su gubia cuando daba forma al Señor de Sevilla en su inmenso
poder y en su inmensa ternura. Siglos después, su aspecto
apesadumbrado, humano y sencillo sigue conmocionando a los
fieles que, sin ser místicos, le aman y, sin idolatrarle, le veneran.
Cuando el sevillano se acerca a una imagen, a su imagen, lo hace
como aquél que llega a casa de un familiar querido, con mezcla de
veneración y proximidad, pues siendo Dios el poder, también es la
ternura. Ese Dios que los diferentes artistas sevillanos nos han ido
legando a través de los siglos ha sido Un Dios del que se muestra
su Pasión en toda su crudeza, pero también con toda la
mansedumbre que un personaje excepcional como Jesús exhibió a
lo largo de su vida. Poder, pero Amor; Divinidad, pero humanidad;
Dolor, pero serenidad. Y humildad, y paciencia, y clemencia, y
salud, y desamparo, y abandono. Es la muerte, pero la Buena
Muerte.
Es el Dios de Juan de Mesa, el de Martínez Montañés, el de
Ocampos, el de Roldán, el de Gijón. El Dios al que el sevillano reza
simplemente contemplándolo. La contemplación piadosa, en
Sevilla, es una forma de oración.
Es el Dios al que Dubé de Luque representa en el Sagrado Decreto
cuando decide darnos a su hijo. El Dios que entra triunfal, a
horcajadas, en Jerusalén, a lomos de un simple borrico. El Dios que
ora en su agonía en el huerto de Montesión; el Dios manso y
humilde que solo dice "yo soy" cuando lo prenden en San Andrés;
el Dios cautivo, erguido, dolido por su propia sangre en Santa
Genoveva; el Dios que ante Anás soporta el manotazo saduceo y el
que ante Caifás dice "yo soy el Mesías" mientras le mece la
hombría de bien de San Gonzalo; el Dios vestido de blanco, como
los locos, en silencio, pudiendo haber hablado ante el desprecio de
Herodes; el Dios que Paco Buiza ata a la columna o el que, en la
Anunciación, es coronado de espinas; el Dios que sufre escarnio en
San Esteban y vierte lágrimas de cristal; el Dios que oye decir al
pueblo ¡crucificadle! y que es presentado en San Benito; el Dios al
que Castillo Lastrucci hace escuchar la Sentencia ante el
desentendimiento de Pilatos; es ese Dios al que Sevilla siente más
que suyo que nadie, ese gran Dios de los adentros, ese Dios
mayúsculo de las pequeñas cosas, el mismo Dios al que entregan la
luz en el Porvenir y al que amortajan entre dieciocho ciriales en el
Convento de la Paz.
Ese Dios que hace que toda Sevilla sea una nueva Cirene y que
todo sevillano quiera ser Simón, subir al gólgota y llevar su cruz,
aliviarle del peso de la muerte, lavar su rostro con el tibio paño de
unas lágrimas y sustentar con el robusto paso de su Fe cada una de
las tres caídas que le esperan más allá de la calle Pureza, o de San
Isidoro, o de San Vicente. Cae Dios tres veces y otras tantas le
levanta Sevilla. Pierde Dios sus vestiduras y Sevilla le arropa desde
Molviedro. Ora Dios sus penas en San Jacinto y Sevilla le acompaña
en su inmensa soledad. Muere el Dios de Ortega Brú en Santa
Marta y toda Sevilla le traslada al Sepulcro. Sevilla es Nicodemo, y
José de Arimatea ante la Quinta Angustia de su madre, María
Santísima. Y Sevilla es quien resucita con él cuando con la Aurora
primera del domingo recibe a un Dios victorioso sobre la muerte y
el descreimiento.
Es Sevilla, Señor, Sevilla, quien te tiene y te mantiene, Sevilla
quien muere contigo y contigo mira al cielo en la hora nona, Sevilla
quien sangra tu sangre y se corona de espinas, Sevilla quien siente
en sus pulsos el hierro de tres clavos, quien tiene sed, quien se
siente abandonada, quien bebe el último vinagre y quien recibe la
lanzada en San Martín. Es Sevilla, Señor, que no quiere que nada
tuyo le sea ajeno, que resucita contigo, que se echa a la calle a
verte, a llorarte, a rezarte. Sevilla, que sufre y canta, que goza y
llora. Que te espera en cada esquina, que va en tu busca siete días
y que siete días te saca a cuerpo. Mira a tus hijos, Señor, porque
en pocos lugares podrás ver una prolongación de Ti de la misma
manera que en esta casa tuya en la que sigues reinando, por los
siglos de los siglos, amén.
HABLA EL SILENCIO
Y se hará el silencio en Sevilla. Y se escuchará crepitar el ruán, y
arder la cera, y acariciarse el asfalto. La calle será una bóveda y la
noche una selva muda y se podrá escuchar la memoria de cada
uno. Volveremos a soñar porque volveremos a callar. Y sólo hablará
Jesús Nazareno con el griterío celestial de su mirada.
Largo silencio de plata
cruza unos labios callados
por una muerte inmediata
con un habito morado
Qué está pasando, qué suena?,
Que aun siendo noche temprana
Hay un silencio que truena
Mas allá de La Campana?
No sabéis?
Un hombre va hacia el martirio
Víctima de extraña ley
Lo veréis sobre un lecho de lirios
y lleva Cruz de Carey
Es un pobre Galileo
Que apenas nadie había visto
Antes de que fuera reo
Y al que llaman... Jesucristo
Fijaos bien en esos ojos
Su mirada es un volcán
Arropada por manojos
De suspiros de ruán
No va solo hasta el Calvario
Frente por frente a su faz
En Jerusalén tiene a un sicario
Y en Sevilla a un capataz
Y le acompaña también
Y hasta le mece, y le arrulla
la turba en Jerusalén
Y aquí en Sevilla una bulla
Cuatro faroles de plata
dan luz desde cada esquina
A esa larga caminata
De una Cruz por Palestina
Así llega a calle Cuna
humilde, como salió
Poco después de la una
Cuando Sevilla calló
Vuelve de nuevo a su templo
Entre el silencio feroz
Del que Sevilla da ejemplo:
Hablar sin dar ni una voz.
En tus ojos penitentes
Brilla una luz de centeno.
Sevilla, devotamente
Ve pasar mi nazareno
LUZ DE SAN NICOLAS
Una luz me sobreviene cada martes, cuando tú, Señora de San
Nicolás, te conviertes en un velero de amor que navega sobre un
mar de cabezas.
Cuando te asomas a encontrarte con esas hebras de sol de media
tarde son muchos los corazones que te esperan y que parecen
querer huir del pecho. Te esperan pupilas llenas de cal y un cielo de
zafiro por el que revolotean bruscamente, como un tijeretazo sobre
el agua, un puñado de aves de primavera. Sales, Candelaria, con la
luz y con la luz vuelves porque la luz eres tú. Voy a tu vera,
Señora, como todos estos años. Estamos aquí todos aquellos que
construimos altares distintos día a día y que nos prestamos al baile
melancólico de tu ausencia. Aquí estamos, Candelaria, peleando
contra la insolencia del olvido y esperando tomar nota de las
enseñanzas de tu hijo, aquél que llenó de Dios el pan.
Hemos esperado un año entero, largo año como un bostezo de
gato, para que el aire de tu ternura se meta por nuestras venas
como un río silencioso e imparable. Han sido, Madre, días de
pétalos y úlceras, bien lo sabes. Pero un paréntesis parece abrirse
cuando el último sol del Martes Santo y tú os encontráis a esa hora
en la que se trazan luces largas sobre la alfombra de asfalto de tu
barrio. Parece encapotarse de palios el cielo de primavera mientras
que a la calle le brotan capirotes blancos de dos en dos entre
arrullos de gorriones y carcajadas de palomas. Una voz te lleva
mecida y una cuadrilla de corazones palpita en tu madera. Vas
derramando Gracia como quien siembra ese trigo que se peina con
los vientos de poniente.
De nuevo hemos vencido al tiempo. De nuevo el nazareno,
sorteando el pellizco de la soledad, cuenta los años que han pasado
desde que alguien le puso sobre los hombros la dulce carga del
amor.
"Que aunque no quisiera verla, dejo que me lleve el viento, y el
viento siempre me lleva a donde vive ella".
A esa plaza del querer donde pasan los años sin que nadie los
cuente, donde la vida parece una paseo de la niñez, donde los
corazones abren sus cancelas de sangre, donde cabe la soledad
entre la muchedumbre, donde el llanto es un río interior
irremediable, donde el sol se pulveriza y derrama gotas de brillo.
Un kilometro cero de la SS de Sevilla, la Alfalfa, un nudo de ese
manojo de cables tendidos al aire que son los itinerarios de las
cofradías, está ahí, como lo está el Postigo, como el Altozano. La
Alfalfa, plaza de la Sevilla que se resiste a marchar, donde conviven
coches y caracoles, panes y jabones, persianas y anteojos, es plaza
que ve pasar al hijo de Dios camino del Calvario, o lo ve venir
muerto, o agonizante, en compañía de la Magdalena, o presentado
al pueblo por Pilatos, o en su Cena postrera o llorando entre
sayones. Plaza de saetas, de cuando los señores aún no usaban
relojes de pulsera, de adolescentes, aparcacoches y señoritos, de
jaulas de domingo, de capirotes de cuaresma. Plaza llena de esos
tipos cuyo carraspeo es un recitado o de esos otros que creen que
un hogar solo es un sitio del que se puede salir sin fianza. Deja la
Candelaria su Alfalfa y cree que ya ha salido de la provincia. Y llega
a sus jardines y es ya un fuego presentido, un manotazo sordo
sobre un corazón acolchado. Y parecen volver los silencios
imposibles, los fotógrafos minuteros de antaño, los antiguos
soldados de la guarnición arrimados a las niñeras, el merendero del
domingo, el cine de verano y los tenderetes de chumbos con tallitas
de La Rambla para el agua fresca. Los Jardines. Y la noche que ya
viste su camisón de Miércoles. Y los ojos de los niños como dos
pellizcos de cena pocha en la que anidan los pájaros del sueño.
Veo a lo lejos, con la satisfacción de la melancolía cumplida, a mi
Cristo de la Salud virar hacia casa recogiendo las miradas
desparramadas de los buscadores de perlas. Y la callé San José
parece, entonces, el largo pasillo de la casa de mi infancia. Y el
Templo, a lo lejos, parece el regazo de mi madre esperándome de
anochecida con su particular acopio de madrugadas atadas a la
memoria. Quisiera tardar, pero me empuja el acordeón presuroso
de la hora. ¿No puedes recrearte, Capataz, para que yo llegue más
tarde? ¿No puedes doblarle la mano al minutero?. Arría el Paso.
Mécelo luego, interminablemente, hasta que el dolor de María se
transforme en un dulce sueño de recogida. Deja que se consuma
lentamente la candelería en imposibles lágrimas. No te la lleves
capataz. Déjamela a mí. Déjame que me la lleve otra vez a
hombros de la ternura. Ella se merece su barrio, la capilla de la
calle, el templo acogedor de una noche de abril. Deja que me la
lleve a la Gloria, capataz, a la Gloria.
Pongamos que esta noche te hago un trato
Tú pones Candelaria esa tu gracia
Yo si acaso pondré toda la audacia
De llamar a llorarte en arrebato
Una blanca pasión escribe lenta
Por esta hermosa noche de sereno
En la que yo hurgo en el amor ajeno
Y alcanzo corazones en tormenta
Amor en la mirada, ese amor ciego
Amor en la razón y en la locura
Alivio entre la pena y la amargura
Consuelo de mi voz y de mi ruego
La luz de un mundo hosco y sin camino
Referencia de brillo en la tiniebla
Norte de claridad entre la niebla
Candelaria alumbrando mi destino
Yo soy gozo, tú mirada dolorosa
Vivo libre aunque parezca maniatado
Y sobrevuelo el tránsito cansado
Que une las acacias entre rosas
Ve clavadas las astillas del fracaso
En la triste soledad de tanta gente
una lágrima vidriosa, impunemente
Va camino a los labios del ocaso
La quietud dolorosa, sorda y ciega
Solo tiene salida en la tristeza
El perfil de tu beso, tu belleza
Y el dispendio de luz en la refriega
Entregarse al amor y a tu plegaria
Es igual que entregarse sin medida
Es regalarte un alma arrepentida
Y cobrar con tu luz indumentaria
Es lágrima sin pena y sin horario
Una luz vigorosa y solitaria
Una voz, un jardín, un escenario
Una madre de Dios, la Candelaria
UN GITANO...
Un hombre de planta gallarda y de aspecto moreno porta una Cruz
y camina por Sevilla. Es un gitano. Le acompaña el pueblo, un
remolino acompasado y pasional que le abriga hasta su última
revirá, una cuadrilla de hombres valientes, un capataz con voz
arenosa y una Madre de Dios que solo olvida sus Angustias si
Alberto Gallardo es quien la mece y le habla desde el amor de su
recia voz de mando. Así desde 1759.
La voz sincera del celador que pedía la venia había olvidado las
palabras de ceremonia:
-La Real y Fervorosa... no; la Hermandad pide al Consejo... no; ha
llegado en Estación de Penitencia la Archicofradía... no, tampoco.
En fin, "que los Gitanos quieren pasar".
Y cuando pasan ellos, ya nada es igual. Detrás de Nuestro Señor de
la Salud, ese viento de componente sur que derriba voluntades, nos
queda un fuego en el sueño, invadiéndolo todo. Y año tras año,
emocionándome con su larga, sobria y sincera chicotá por La
Campana, vuelvo a reflexionar acerca de cómo la historia de la
Hermandad va indisolublemente unida a la del pueblo gitano. Los
gitanos han errado por la ciudad en busca de su sede definitiva.
¡De cuantos sitios no se han tenido que ir! Nacieron en Triana, en
1753, y ya del Convento del Espíritu Santo se tuvieron que ir al
volver allí las Tres Caídas. Siguieron en el Templo agustino de
Nuestra Señora del Pópulo, desde donde ya realizaron estación de
penitencia a la Catedral. Y siguieron errando a San Nicolás, a San
Esteban, a San Román, Santa Catalina. Como buenos gitanos se
van de allá donde no les quieren, y de San Román tuvieron que
marchar también. No hay pereza para emprender el camino. Y no
hay pereza para emprender una obra que habrá de asombrar a
Sevilla.
Los Gitanos, ellos y quienes quieren a esa Hermandad -gracias,
Cayetana-, levantaron las paredes derruidas de un Templo con el
que nadie sabía qué hacer. Ellos lo supieron, lo hicieron.
Trabajaron, arriesgaron, expusieron... y ahí está: la Hermandad
errante tiene su casa de la que nadie habrá de venir a echarlos.
Que tome nota la ciudad, que le conviene. Gracias en nombre de
Sevilla, Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad Sacramental, Animas
Benditas y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la
Salud y María Santísima de las Angustias Coronada.
VIRGENES MOCITAS DE SEVILLA
En el segundo pliegue de una cartera, bajo un plástico rayado el
sevillano lleva a una Virgen. O la guarda en su mesita de noche,
donde pasan los sueños el purgatorio, o la cuelga en la pared de su
recibidor. O transita las hojas de su agenda. El sevillano lleva una
virgen en la guantera de su carro o en el anverso del parasol.
Retratada en una vieja estampa, el sevillano lleva su pequeño
corazón mariano como el que lleva la foto de una madre, de una
hija o de un secreto amor. Vírgenes mocitas nacidas de las manos
virtuosas que van del taller de Roldán a los de Luís Álvarez Duarte
o Juan Manuel Miñarro.
Vírgenes de Sevilla. Tan hermosas. Sueños de cabecera. Mujeres y
niñas que os mecéis al vaivén dorado de una secreta esperanza.
Una Gracia por San Roque
Soledad por San Lorenzo
Una Victoria en el puente
Y una Esperanza al comienzo
De una noche de relente
Trinidad por la Campana
Una Regla en San Andrés
Soledad, Buenaventura
Hay una Aurora temprana
Una Virgen tiene Sed
Porvenir, Paz y ventura
Y otra que yo bien lo sé
Candelaria en San José
Una Gracia y un Amparo
Un Dulce Nombre de Dios
San Esteban, Desamparo
Que esa madre dice adiós
A una Urna y un Decreto
Y en San Isidoro, Loreto.
Hiniesta de San Julián
Misericordia, Dolores
Cada cruz lleva su muerte
La una santa y de ruán
La otra lenta entre estertores
Mi Salud por San Gonzalo
Dolores en los Servitas
En el Baratillo, Piedad
Y en su capilla un regalo
Para las almas benditas
Vestida de Caridad
Amargura en tu semblante
Lirios para Concepción
San Benito, Encarnación.
Lágrimas que caen punzantes
De tus ojos a tu talle
Clavado en un crucifijo
A María Santísima del Valle
Se le está muriendo un hijo.
Guadalupe por sus aguas
Patrocinio sobre el río
Una niña en Calle Parras
Y el suave bombardeo
Del llanto de escalofrío
De Las Aguas del Museo.
Pasa María de La Palma
Pasa Merced de Pasión
Lágrimas de Exaltación
Rezo de mansa calma
de Rosario en Montesión
Y Refugio en San Bernardo
Presentación, Magdalena
Y un sorbo del pozo amargo
De quien muere por condena
Y por ella se enajena
Sevilla hoy te acompaña
Hasta el monte del calvario
Pisando sangre y arena
que el hijo de tus entrañas
rodeado de falsarios
Va a la muerte, Macarena.
LOS OJOS FORASTEROS
Es muy común entre aquellos que acuden a Sevilla a deleitarse el
espíritu contemplando la SS, una cierta desorientación cuando de
identificar Vírgenes bajo Palio se trata. Lo cual es, por otra parte,
perfectamente lógico. Muchos se esfuerzan en diferenciar matices o
detalles claros que identifican a una u otra imagen, pero también
los hay quienes, a la tercera cofradía, ya suelen preguntarte, así
haya un poco de confianza, si de veras importa mucho que una sea
de aquí o de allí si luego son todas iguales. En ese momento
empieza ese repetido pasaje en el que un sevillano se ve obligado a
explicar lo obvio una vez más. Es cuando se explica, en menor o
mayor medida -y según lo harto que se esté de andar de guía
turístico-, que la Virgen es una, que varias son sus advocaciones y
que ellas se distinguen por todo lo que llevan detrás y por detalles
nimios que son, en realidad, un mundo. Un pequeño distingo en la
posición de las manos o en la inclinación de la cabeza es una fuente
inagotable de matices. Por no decir aquellos elementos que, siendo
los mismos, varían en apariencia y consistencia, desde la corona al
manípulo y de la mantilla de blonda a la toca de sobremanto. Por
no seguir hablando de los mantos y las sayas, que son más
evidentes.
Aunque siempre está el que no acaba de entenderlo porque no
sabe bien a lo que venía y nos ha tocado a nosotros en suerte. Sin
ir más lejos a mí me correspondió en mi lote el pasado año a un
divertido norteño que se sorprendió muchísimo el Lunes Santo de
que no volvieran a salir todas las imágenes del Domingo de Ramos
ya que creía que los pasos eran los mismos todos los días de la
semana. Hube de advertirle que no sería de buen gusto que una
Hermandad le dejara a otra a su Virgen como si fuera un futbolista
cedido para jugar amistosos. Lo entendió, claro. Tanto que a la
altura del Miércoles estaba entusiasmado y daba vivas a Sevilla y a
los sevillanos por tan hermosa manifestación popular.
El problema vino cuando llegó el Jueves y después la Madrugá y
observó que buena parte de los pasos no llevaban música. Por
mucho que le expliqué que la severidad del día aconsejaba que
determinados misterios anduvieran entre un respetuoso silencio, no
hubo manera de convencerle de que el Calvario, por ejemplo, no
transcurriría mejor con la marcha de Campanilleros como él
sugería. Así y todo, marchó entusiasmado.
Otra íntima y querida amiga que se estrenaba en SS, preguntó
cuanto costaría conseguir la concesión de un servicio de catering
con camareros en los palcos y con servicio de almacenaje debajo
de estos. Catalana ella, me decía con su enternecedor acento:
"siempre se podría sacar algo".
En Sevilla no acabamos de ponernos de acuerdo acerca de la
conveniencia de atraer a forasteros a nuestra Semana Mayor. Hay
quien piensa que mejor y con más sitio estaríamos solos y hay
quien cree que siempre enriquece conocer y que te conozcan. Yo
tengo cosas de ambos bandos.
Pero como les decía, entre aquellos que vienen a vernos en
Semana Santa, están muchos sinceros amantes de Sevilla que
siempre son bienvenidos. Entre ese grupo podría estar mi
compadre Alvarito, de quien me voy a permitir la licencia de contar
una breve historia. Andaba este hombre debatiéndose entre un par
de dramas, hace de esto muchos años, de los que no acababa de
salir y que le estaban costando el carácter. Supe de su estado y le
invité, una vez más, a conocer la SS, como ya había hecho otras
veces aunque sin éxito. Esta vez aceptó y ya no me dijo lo de todos
los años:
-Qué quieres que te diga, a mí la religión y las vírgenes no me
convencen ni me dicen nada.
Sencillamente tomó un avión desde Barcelona y vino a caer en mis
territorios un miércoles de atardecida. Quiso la casualidad que en
ese momento estuviera revirando muy cerca de mi casa la
impresionante canastilla del Cristo de la Salud de San Bernardo, el
cual pareció abalanzarse sobre mi amigo con el imponente realismo
de su rostro recostado y la Fe desbordante de su gente. Aquél
primer impacto causó su primera mueca de emoción, pero esta ya
se desbordó hasta el llanto, como una auténtica Magdalena, cuando
vivió en primera fila el impresionante derroche de fuerza y amor
que se gasta la gente de la Lanzada en subir la cuesta del Bacalao.
Cuando empezó la banda a interpretar La Saeta de Serrat, en
arreglo de Guillermo Fdz. Ríos, ya no pudo más, se rindió de
rodillas ante lo que estaba viendo y su llanto se transformó en
auténtico jadeo. Yo, conocedor de su pasado, solo fui capaz de
decirle:
-Si estás a disgusto, dímelo, hijo mío, que nos vamos a otro sitio.
Ni que decir tiene que este hombre siguió viniendo año tras año
hasta nuestros días, dándose la circunstancia de que al segundo o
tercer año de pasar una Semana Santa de auténtico "jartible",
viendo llegar un paso de una cofradía de barrio conocido por sus
andares vistosos y su irresistible personalidad, observé que
mostraba signos de disgusto en su expresión y que, levemente,
decía que no con la cabeza mientras entornaba displicentemente
los párpados. Me extrañó esa reacción pues sé que era de sus
cofradías recientemente favoritas y le pregunté por lo que ocurría.
¿Quieren ustedes creer lo que me contestó?. Me señaló al Paso y
entre circunspecto e indignado me dijo:
Pero dijo más, mientras yo enmudecía comprobando que tenía
razón:
-O cuidamos nuestras cosas o acabamos con esto en cuatro días.
Es decir, me estaba riñendo. Yo me santigüé y volví mi vista a la
Virgen.
Pero de todos los casos paradigmáticos del irresistible imán de
Sevilla yo me permitiría citarles el de quién hoy es mi esposa y
madre de dos sevillanos que ya se han estrenado en los trámites
nazarenos. Por si no lo saben, mi mujer es de origen navarro.
Cuando yo le hablaba, recién ella llegada, además, de muchos años
de residencia en la América Hispana, me preguntaba a mí mismo
hasta qué punto estaba yo dispuesto a sacrificar mi Semana Santa
en el caso de que llegáramos a más y a aquella muchacha no le
entrara la Pasión por nuestras tradiciones, que, de hecho, es algo
que a veces pasa.
De modo que aquél primer año en el que ella se llegó a Sevilla por
Domingo de Ramos, les aseguro que procuré que disfrutara de la
Semana Santa más excepcional que ser humano alguno haya
conocido. Hablé con los capataces amigos para que le dedicaran las
chicotás más emocionantes, diciéndoles si era necesario que se
trataba de una pobre muchacha enferma que no acababa de
recuperarse (alguno hubo que la miró, me miró a mí y me dijo "¿de
recuperarse de qué, miarma?").
Le hice ver los misterios desde los mejores balcones, escuchar a
saeteros emocionantes uno por cada lado, asistir desde rincones
privilegiados a los momentos más enternecedores, presenciar
desde su capilla la salida de algunos pasos y la recogida de otros...
en fin, pasar una Semana que muchos sevillanos tal vez no
conozcan. La cosa funcionó ya que desde aquel año se ha
convertido en una sabia y prudente cofrade. Aunque el momento
en el que comprobé que la Semana Santa había entrado en sus
venas de forma irremediable ocurrió al cabo de tan solo un par de
años, cuando, ya yo tranquilo sabiendo que no me iba a proponer
que nos fuéramos a Benidorm o a Matalascañas, estábamos
asistiendo en el balcón de un amigo al paso de una de las cofradías
de su preferencia. Ella, aunque no se lo crean, estaba escuchando
las transmisiones radiofónicas que Fran, Juanmi, Luís, Víctor,
Araceli o Charo bordan en Canal Sur Radio y, en un momento
determinado, hizo un gesto de manifiesto desacuerdo y enfado, ese
al que me refería antes y que consiste en decir muchas veces que
no con la cabeza. Cuando me interesé por lo que pasaba,
temiéndome algo malo, ella, parsimoniosamente, se retiró un
auricular de su oído y me espetó:
-¿Que qué ha pasado? Que la cofradía ha entrado con dieciocho
minutos de retraso.
Y añadió:
- ¿Hay derecho a esto?
Les aseguro que desde ese momento estuve mucho más tranquilo.
Supe que, para siempre, yo y mis generaciones venideras,
seguiríamos siendo cofrades.
BARRIOS DE SEVILLA
Y porqué no irnos a los barrios?
Para ir a los barrios, a nuestros barrios más sevillanos, en Semana
Santa yo me suelo limpiar mis zapatos como si fuera a pasar
revista en mi antigua unidad de ferrocarriles. Y me los limpio al
sevillano modo, cepillando y abrillantando hasta que en ellos pueda
mirar, cuando la emoción me secuestra y el respeto me achanta la
cabeza, la candelería de un palio como si fuera un pulido espejo.
Los barrios. Un respeto, señores, que estamos en los repelucos de
Sevilla, en la sagrada tierra extramuros de la vieja ciudad, donde
las hermandades más alejadas van a poner su cruz de guía rumbo
al corazón de Sevilla para decir bien fuerte, a los cuatro vientos de
la veleta del Giraldillo, que hasta aquí hemos venido porque así lo
sentimos, así somos, así nos queremos y así os vamos a enamorar
con nuestros mejores andares, con nuestras más perfumadas
flores, con nuestras más veneradas creencias. Son las gentes del
barrio León y del Cerro del Águila, de Nervión y del Tiro de Línea.
Son las Sevillas de lejos que tan cerca del corazón las sentimos
cuando pasan por delante de nuestros ojos, llevando el orgullo de
sus barrios con la misma elegancia y soberanía con la que suelen
llevar sus pasos. Y detrás de ellos, siempre, siempre, me puso el
repeluco a la altura del cuello, esos otros pasos interminables,
¿perdidos quizás?, de tantas y tantas mujeres, lloradas de cera,
rezando tras sus palios a favor de no sé qué contraria pena.
Un respeto, que vienen los barrios, los barrios de la Sevilla más
nueva, de la Sevilla que se saltó las murallas porque dentro ya no
se cabía, porque se llevaron más allá del río y más allá del Cortijo
Maestro Escuela a la Sevilla de siempre, la Sevilla que hoy aquí nos
congrega. Un respeto porque nos van a embelesar con su alegría,
nos van a poner un poco de azúcar en la hiel de una Pasión tan
sentida, para que podamos sobrellevar los pellizcos del corazón de
una semana tan grande con el relevo, con el respiro que cualquier
cuerpo mortal necesita para una tarea tan abrumadora. Una alegría
rara, especial, muy sevillana porque nos va hacer llorar. ¿Se puede
llorar de alegría viendo al Cerro? Escúchame bien: si no lo has
hecho háztelo mirar. Es un sentimiento confuso donde la emoción
se nos escapa en una inteligible multiplicidad de sensaciones que
tiene algo que ver con los niños vestidos de fiesta, con el tío de los
globos de los pokemon, con el viejo amigo reencontrado en el
mismo lugar de todos los martes santos, con ese barrio volcado en
las calles, con ese, en fin, júbilo desbordante que nos contagia para
serenarnos y emocionarnos a la vez.
A esos barrios les quiero dar su sitio, el sitio que ellos mismos han
sabido conquistar en un territorio tan exigente para sus cosas como
es Sevilla. Y ahí están. Por derecho propio. Mejor dicho, por esa
izquierda "adelante" y esa derecha atrás. Que es su mejor cuerpo
jurídico. Su más encastada argumentación judicial. Os espero este
año como siempre os he esperado. Con las puertas de la sorpresa
bien engrasadas para vivir con la intensidad que sabéis transmitir
lo más hondo de una Pasión según los barrios, mis barrios de
Sevilla.
Y TRIANA
A mi me gusta ir a Triana a otear sus sombras fugaces. Me gusta
ese rumor de ángeles que surge de sus rincones. Me pongo de
puntillas desde este lado del río para mirarla en secreto, para
asomarme en ese momento en el que se cambia el vestido, justo al
atardecer. El viento, en Triana, se hace sinfonía en los callejones y
la luz me sigue por los escondites secretos. Me dejo ir, que es la
mejor forma de sujetarse a uno mismo.
Adónde va esa Estrella que cruza como un escalofrío
por entre niños y globos y almas en estado asombro?
De qué firmamento ha huido para hacerse mujer en Triana?
Que hijos del cielo la están llevando a hombros
Qué extraña y temblorosa filigrana
Danza en mis labios cuando la nombro?
Va a Sevilla.
Viene de San Jacinto y a San Jacinto mira
Quiere volver, atravesar su Altozano
Y una cava y una calle.
Y tantas vid
as
tanto planeta temprano
que la espera de recogida
Quien dijo que una Estrella
era un brillo lejano
Nacido en alguna huella
De un firmamento quebrado?
Quién dijo que están remotas
De Sevilla las estrellas
Si aquí hay una que alborota
Con su cara de doncella
Con su nombre de lucero
De esos que el cielo regala
las noches en las que espero
Con los sentidos en danza
Se me abalance la luna clara
Y la luna no se abalanza.
Con ese llanto que alcanza
La espalda de una emoción.
Lágrimas de redención
De este largo laberinto.
Es el llanto de una estrella
Que en el cielo dejó huella
Y que vive en San Jacinto
Triana le da a la vida color de almanaque en fiesta. Tal vez con los
ojos cerrados sabríamos que está pasando su gente, esa que
camina como si navegara, surcando aceras, atracando en portales y
zaguanes, saludándose como solo saben hacerlo las gentes de la
mar, de puente a puente, de mano a mano. Triana tiene aromas de
ciudad enamorada, y en sus días grandes saca del armario su
ropaje de arrebato. Nada queda indiferente al paso de sus cosas
porque no hay corazón que no se venza ante sus vendavales. El
nazareno de la O no podría cruzar las aguas del río que frisa su
capilla si no hubiera detrás y delante y la vera un pueblo levantado
en amores aliviándole del peso del carey que fuerza su columna. Es
el mismo pueblo que se viste de marinero de amores y sale a
navegar desde la calle Pureza.
Y en Triana, mi Esperanza
Y en Triana, la señora
Que por las aguas avanza
Con seis varales de eslora
Una calle de barrio viejo
Que se convierte en altar
Y en barco que va parejo
Como un palio por la mar
Oleaje de blanca cera
desde babor a estribor
la mecen por habaneras
de corneta y de tambor
Sus banderas, estandartes
Marineros de costal
En la gente, su baluarte
Y en su memoria, arrabal
Su Palio, vela mayor
Su itinerario, la aurora
Su timón, un llamador
Y en el puente, la Señora
De grumete, un aguaó
por la proa, nazarenos
en la mar, un resplandor
y allá en el cielo, ni un trueno
Y sirviéndole de amparo
Donde las aguas se abren
Triana tiene su faro
En la Capilla del Carmen
Pañuelos de despedida
Que se echan a volar
Como lágrimas caídas
Que se ahogan en la mar
Bronce que tañe en repique
En la espadaña del puerto
mientras abajo, en el dique
parte un Palio a mar abierto
Un viento por la trasera
chicotá tras chicotá
la lleva hasta la ribera
de la misma Madrugá
Un suave balanceo
Tiene su vieja madera
En su bodega, ajetreo
De hombre y trabajadera
el horizonte, Sevilla
hacia Catedral avanza
Que más allá de la orilla
Tiene espejo esta Esperanza
Adiós, Madre y Capitana
Tengas feliz singladura
Mañana por la mañana
Tu cara aún será más pura
Y de vuelta por la bocana
Del puente a la embocadura
El aire de tu Triana
Te ceñirá la cintura
Mientras, la sangre batiente
De las almas en espera
Dará color de poniente
A esta pronta primavera
Leva anclas, barlovento
que hoy le sirve de vigía
entre el recodo del viento
su bendita cruz de guía
Doce horas de crucero
corazones en bonanza
que en Triana, marineros
ya navega la Esperanza
AQUEL VIEJO COFRADE
La vida pasa como una lenta cofradía que siempre acaba siendo
más rápida de lo que creemos. El está sentado a la vera de la vieja
puerta caída de aquel zaguán en el que empezó a jugar a los
medios amores siendo sesenta años más joven. Cada Lunes Santo
sale religiosamente con su silla a contemplar la metáfora de la vida.
Desde la Cruz de Guía a la trasera del Palio, la vida nace y muere
como esa misma cofradía a la que ha dado los mejores años de su
fecundo calendario. El pelo amarillea y las monturas de pasta ocre
pesan en esa nariz aún sorprendida por los primeros azahares, solo
unas semanas atrás.
Brazos cruzados sobre el pecho, como esperando un reto; rebeca
porque "de estas tardes de abril nunca hay que fiarse" y la foto de
su nieto en la cartera poco antes de que cumpliera con el rito de su
primer cirio de cera blanca.
Ya llegó la Cruz de Guía:
-"Ahí no vayais a ponerse que no veo"
Y ese primer tramo de nazarenos en el que debutaste. Qué pocos
erais entonces. Piensas, una vez más, un año más, en el sagrado
rito de salir de casa de la mano de tu padre, por primera vez,
vestido de nazareno. Y piensas, inevitablemente, en los rubores de
emoción que él debió sentir aquella lejana tarde mientras tiraba de
ti para soltarte de los brazos de una madre que aún te estaba
estirando la túnica. En tu casa olía a alhucema, cisco de picón. En
tu calle, los niños de entonces disputaban los piojos y las bolas, en
el cielo aún no habían tranvías y Sevilla, en tu memoria, se parecía
mucho a una gota de miel, tibia y espesa, que se desliza
suavemente hasta el pecho.
Hoy en tu silla, esa desde la que pueden seguirse las costumbres
de los gorriones, te ves en tantos chiquillos que estrenan
impaciencia y que empiezan a tragarse, sin apenas darse cuenta, el
libro de reglas no escritas de su ciudad. Acabarás subiendo al
balcón, como cada año, cuando llegue ese otro tramo de tan
jugosos recuerdos, de cuando eras nazareno con novia y ya
portabas aquella humilde vara de cofradía de barrio. ¡Con lo que te
gusta a ti ver a tu Dolorosa desde ese perfil derecho, a ras de
suelo, como hay que ver a la Virgen!. Y otra vez a tragar Palio. Tu
quisieras pero tus piernas ya no están para una bulla.
Tu cofradía iba creciendo de noche en noche, limpiando la plata y
pespunteando cuaresmas. Sábado Santo aquél de Santo Entierro y
de Estandarte recogido en casa hasta llegar el Corpus. Empezaban
entonces las casas de Hermandad, tímidamente, según el poderío.
Vuestra Casa era la cochera de algún hermano o la misma Sacristía
de la Iglesia. Noches de tabaco de picadura liados con el mimo que
da la escasez; noches de Radio, noches de Cruz de Guía; noches de
horas y horas de tertulia,
-"Estas son horas de llegar, Antonio?",
-"Mujer si es que ha venido Don Gonzalo, el capellán del aire";
Noches de reparto de túnicas, así a ojo, en lo que no fallabas
nunca:
-"A ese niño tráele la 147"
Y le iba perfecta, luego a su casa a orearla y a que su madre le
cambiara la tela del antifaz "que nunca se sabe quien la llevaba el
año pasado"; noches de repasar las canastillas con purpurina;
noches de fiambreras de bacalao con tomate esperando en vísperas
que algún hermano llegara tarde al reparto. Noche y noches y
tardes y tardes. Tardes de zaguán y de costaleros que saben que
los zaguanes de Sevilla son los camerinos donde vestirse de
héroes.
-"Niña, ¿cuántos nazarenos dices que salen este año?" "¿Mil
setecientos?".
¡Madre del Amor Hermoso! Pues no nos hemos llegado a inventar
cosas para estirar la Cofradía.
Cuando eras Diputado de Cruz de Guía tenías que ponerte de
acuerdo con el Diputado Mayor de Gobierno si parabas la cruz en
esa calle a la altura de la primera cartelera del cine o de la última,
porque siempre le faltaban diez metros de cofradía junto al Palio.
Ese mismo Cristo que está anunciándose en los tambores que ya te
retumban en el pecho, es el Cristo de la fotografía de tu recibidor,
junto al viejo bastón que gastó tu padre y que has gastado tú,
sobre un jarrón con destellos rojos que nunca acaban de oler a
campo pero sí a nostalgia y junto a la misma silla que todos los
años conoce el camino de subida y de bajada. Conoces la mirada de
esos ojos porque es lo primero que has estado mirando toda tu
vida al entrar en casa, yendo o viniendo de aquél trabajo que hoy
te ha dejado una calderilla y la fotografía en colores del día de tu
jubilación. En el horizonte relampaguean los ojos de la tarde que al
apagarse dejan escuchar la voz antigua de los cielos de abril.
Realmente la casa no debería tener tantos espejos. Desde que
estáis solos no necesitáis veros más que el uno al otro. A veces la
vida te parece una cosa tan vana que hasta sientes deseos de ir
apagando las lámparas para que tus ojos descansen en la sombra.
El café siempre acaba derramándose en tus pantalones, algún
canalla aparta las paredes de casa para que no te apoyes y ya han
de decirte dos veces las cosas para que las oigas bien.
Sin embargo quisieras sacudirte el polvo de los días y bajar con
ellos a llenarte los ojos de lágrimas y los bolsillos de caramelos, a
sujetar tu antifaz con tu mano vigorosa, a mirar muchachas
agazapado en tu anonimato, a saludar discretamente con un gesto
de tu mano a los conocidos de la carrera oficial, a escuchar de
nuevo al Brigada Rafael, a mirar una y otra vez a esa Dolorosa que
obra el milagro serpenteante de una larga hilera de nazarenos...
¡Ay, si tuvieras cincuenta desengaños menos!
Y cuarenta madrugadas por vivir
Y a tu vera aquellos ojos tan morenos
Con hechuras de sirena
Que también vivía en San Gil
y se llamaba Macarena
Que contigo y tus anhelos
Andando en pos de los cielos
y con la misma exigencia
Año a año y a tu vera
Fue una mujer nazarena
Con solo una diferencia
No le hizo falta una túnica
Era de los dos la única
En creerse la penitencia
Y el tiempo os ha mantenido
Y os ha plateado la sien
Juntos, cómplices los dos
Tu en tu balcón, embebido
Y ella embebida también
Para dar gracias a Dios.
UN MILAGRO LLAMADO MACARENA
¿Cómo te gusta más la Macarena, sevillano?
¿Con la penunbra del último brillo de su candelería
o con la primera luz de la mañana
asaltando su rostro en una calleja?
Dime, ¿cómo te gusta más?
¿En la soledad de su camarín o en la multitud de su Arco?
¿Cómo te gusta más la Macarena?
¿En la suave y llorosa mecida de cualquier segundo de la Estación
de Penitencia o en su víspera hebrea de una tarde de paseo?
Dime, sevillano, ¿cómo te gusta más?
¿Surcando el atronador griterío de corazones que la espera en su
salida o recogiendo el caudal de lágrimas que la arropa en su
vuelta?
¿Cómo te gusta más la Macarena?
¿En la quietud de Sor Ángela o en el arrebato del Duque?
¿En el silencio de la Catedral o al amparo de las voces de su barrio?
¿Entre el bullicio de calle Parras o en su encuentro con la
Anunciación al compás melancólico de Valle?
Dime, ¿cómo te gusta más?
¿Viéndola llegar, buscándote con su mirada oyéndose de ti,
mientras ves su Palio cimbrear por su trasera y te invade esa
pegajosa agonía de lo ausente?
Hoy se aparece Dios en el relente
De una noche resuelta en Macarena.
Se me avivan los pulsos bruscamente
Y enloquecen a su paso por las venas
Voy contigo, Señora, hacia la calle
Esperando el milagro y el asombro
Ceñiremos Sevilla por el talle
Y a la luna, el brazo por los hombros
Tú tenme, Macarena, sin medida
Predispuesto a añorarte y a quererte
Porque una aurora entera fue vencida
Para llegar aquí, y poder verte
Y para hincar al pie de tus altares
El peso de mi fe en mis rodillas
Y esperar que en el cielo se dispare
Un repique de amor y campanillas
Que anuncie que la Madre de Sevilla
Llega a casa, feliz, amaneciendo
Tan hermosa, resuelta y tan sencilla
Que hasta el cielo en su amor se le va abriendo
Azahar por los ojos, por las manos
Siento a Dios cabalgando por mis venas
Yo no sé lo que pasa, sevillanos
Cuando miro pasar la Macarena
Me siento en la obligación de contaros una pequeña historia. Es la
historia dramática de una muchacha de apenas quince años,
llamada Granada en honor de la Virgen de Llerena, pueblecito
extremeño lindante con la provincia de Sevilla que tal vez muchos
de vosotros conozcáis. Prácticamente vi nacer a esa chiquilla, hija
de unos viejos y entrañables amigos, a la que una deficiencia
cardiaca provocó una irremediable y definitiva embolia. Sus padres
apenas tuvieron tiempo de tomar su mano y ver sus ojos cerrados,
y su cuerpo inerte y su labio breve y adolescente desdibujado por
la gravedad. Fueron interminables días de agonía. Días de
despedida. Días de desolación. ¿Qué puede ser peor que ver morir
a un hijo en la primavera incipiente de la adolescencia?. El catorce
de diciembre era la noche del traslado de la Macarena desde su
camarín al altar. El Hermano Mayor me había confiado el
emocionante privilegio de tomar a Nuestra Señora por la cintura
durante ese fugaz paseo por los cielos. Los padres de Granada, al
borde ésta de su último suspiro de vida, supieron de boca de los
médicos lo irreversible de la situación: los jazmines de sus ojos no
se habrían de volver a abrir. Solo quedaba la Fe, la que consuela
territorios anegados por el llanto, la que brinda al hombre la
esperanza de cada amanecida. Aquella noche, con el rostro de
Nuestra Señora a unos pocos centímetros de distancia, rogué con
todas mis fuerzas que las manos de Granada fueran las mías, que
sus labios fueran los míos, hechos oración y súplica. Rogué a la
Macarena consuelo para esas almas, regazo para esa niña, plaza de
amor en el paraíso, milagro en la Tierra, vida en la vida. Se lo dije
en el verso asonante de una oración, en el ruego descarnado de mi
corazón apesadumbrado. Mis manos estaban en el talle de la Madre
de Dios y mi mejilla rozaba la suya, en un sueño imposible de
hombre enamorado. Al día siguiente, una llamada telefónica
comunicó lo que todos veníamos esperando. Un hilo de voz
emocionado y lloroso me confirmó que a esas mismas horas de la
noche de ayer, Granada, la dulce muchacha que apenas había
estrenado el camisón caliente de la vida, la novia impensable de
esa muerte inesperada, la breve Granada de una vida apenas
asomada al balcón de las cosas.... ante el asombro de sus médicos
y cuidadores, había experimentado una inexplicable mejoría, había
abierto sus ojos, tomado la mano de los suyos y pronunciado el
nombre de su madre con un hilo de voz tras el que se adivinaba la
vida. Estaba viva. Nadie podía explicárselo... excepto yo.
No digáis que me lo calle
Porque merece la pena
Yo tuve a la Macarena
Sostenida por el talle
Si me faltaba un detalle
Para sentiros hermanos
Miradme aquí, en estas manos
Donde el amor dejó huella.
Después de tocarla a ella
¿soy de aquí o no, sevillanos?
Debió de ser poco después de las nueve. Inevitablemente, tuvieron
que encontrarse en ese limbo blanco de la inconsciencia.
No pueden oírme,
ni saber que tengo los ojos abiertos
Ni sentirme
En el calor de un cuerpo cubierto
Ni en el temblor de la mano de los dos
Y tu quien eres
Yo me llamo Macarena
y soy la Madre de Dios
Macarena?
Por qué sabes quien soy yo?
He subido yo hasta el cielo o...
has venido tú como último consuelo
No. Alguien me lo pidió
Y en su voz a contrapelo,
vibraba un dolor humano
que llegaba hasta las manos
Conque asía mi cintura
La habitación es oscura.
¿Pueden verte los demás?
Te están viendo así,
sin tu manto,
sin corona,
y con ese fulgor blanco
que no había visto jamás?
Solo ve quien ha de ver.
La muerte que desazona,
brinda
a cada persona
instantes para que piense
y prescinda
de cualquiera menester.
Siéntate aquí, a mi vera, y dime
¿voy a morirme, Señora?
Eres pronta primavera,
y tal vez no sea aun la hora
de recibirte en el cielo
como un alma voladora
escapada de su nido
a destiempo y a deshora.
Qué es la muerte, Macarena?
La muerte?
La muerte es una cadena
que se ata o que se parte
según lo sienta la Fe
que se esconde y se reparte
en el fondo de ese alma
que Dios de un vistazo ve
Y mi gente, Macarena?
Volverán a hablar contigo,
volverán a ver tus ojos,
volverán a ser testigos
de tus pulsos, tus antojos
y tus años que bendigo.
Pues por hoy el Paraíso
puede cruzarse de brazos.
Vi partir de mi regazo,
a un hijo de treinta y tres años
y lo sé todo de la ausencia y de la pena
y de todos los aledaños
de tan terrible condena.
Quédate en paz, jovencita.
Y ven a verme, a que te vea.
Cuando estés en mi presencia,
verás que me centellean
los ojos y que mis labios
te hablan con la querencia
de quien desde hoy abriga
la esperanza de encontrarse
con los ojos de una hija
que por edad es mi amiga.
Vuélvete atrás, muchachita,
quédate en casa y recuerda
que quien llegó de San Gil te dijo
que aunque el cielo te pierda,
gana la vida, vive un hijo
y la nueva alborada
que ahora en tus ojos se estrena.
Y Vete con Dios, Granada
Si es contigo, Macarena.
UN NUEVO MILENIO
Y ya poco más. Solo, si acaso, una postrera reflexión. Empieza un
nuevo milenio. Y nos enfrentamos a un manojo de retos personales
y colectivos que van a poner a prueba nuestra Fe, nuestra fuerza,
y, especialmente, nuestra imaginación. Lo mejor, por qué dudarlo,
está por llegar, pero no debemos perder de vista determinados
aspectos que nos deben mantener alerta. La Semana Santa, no nos
engañemos, ha pasado de ser un objeto de culto íntimo, personal,
lleno de resortes secretos, a convertirse en un objeto de culto
masivo. Nadie es culpable en primera persona, aunque todos y
cada uno de nosotros añoramos los días en los que se podía ver
venir un paso, tras una hilera de luces tibias, en una esquina
cualquiera. Eso ya no es posible. Y no sabemos lo que no será
posible dentro de unos años. Dar viejas dimensiones a lo que está
por venir es muy difícil, casi imposible, pero ese, y algún otro, es el
reto: redimensionar, devolver las cosas a sus proporciones lógicas.
Y construir entre todos una Iglesia comprometida, valiente, actual.
Nosotros somos Iglesia, no sólo los sacerdotes. No nos encerremos
en las sacristías, ni en las salas capitulares; saquemos a Dios a la
calle y hagamos de este siglo XXI el escenario de tanta justicia
pendiente.
Porque hace ya dos milenios que, como escuché relatar el la
siempre cercana América, vivió un hombre que sólo saboreó la vida
durante treinta y tres años: era hijo de un humilde carpintero,
nació en un pequeño pueblo y vivió en otro hasta que cumplió los
treinta. Nadie supo nada de él durante ese tiempo. Predicó
entonces durante tres años. Nunca tuvo una familia, ni un hogar, ni
vivió en una gran ciudad. Nunca viajó más allá de doscientos
kilómetros de su lugar de nacimiento. Jamás escribió un libro, ni
abrió una oficina, ni fundo una compañía. La opinión pública viró
contra él y sus amigos le dieron la espalda. El perdonó a sus
enemigos y fue crucificado entre dos ladrones.
Al morir, sus ejecutores se sortearon la que era su única propiedad,
su túnica, poco antes de ser enterrado en una tumba.
Han pasado veinte siglos, dos mil años, y ese sencillo hombre es
hoy la figura central para la gran parte de la humanidad. Todos los
ejércitos que han desfilado, todas las armadas que han navegado,
todos los reyes que han reinado, juntos, no han tenido la misma
influencia sobre la vida de los seres humanos que tuvo ese hombre
que protagonizó una vida solitaria.
Hoy mismo estallará Sevilla en vísperas y la ciudad hablará del
pregón: en familia, entre amigos o en las célebres tertulias
cofrades, esas tertulias -El Cirio Apago, Los Esplendores, El Cabildo,
Homo Cofrade--, con su muchísima gracia y su mijita de colmillito.
Sed magnánimos, sevillanos, que se ha echado la noche a manivela
y ahora soy nazareno de vuelta a casa. Es cuando pido al tiempo
que pare, que necesito soñar. Soñar que de veras he estado aquí,
que de veras te he tenido para mí durante algo más de una hora,
Sevilla. Desde hoy, y con la edad que tengo, ya no aspiro a
labrarme un futuro, sino a labrarme un pasado.
Me aturdo entre la nana y el respingo, entre las cruces y las rosas.
Tengo la suerte de saber como suena el amor de Sevilla desde este
lado. Cruza las esquinas la sombra del Ángel y todo lo envuelve ese
aire de milagro cumplido.
Caricia, y sollozo, y fe y certeza
María ofrece como aurora al día
eterno todo siempre en su belleza
De lumbre alta como luna fría
Por tu hijo trajina una tristeza
Que en tu rostro se sacia de agonía
Y sin deseo el alma a darse empieza
Entera cuenta de su voz tardía
El mundo en desafío ante tu puerta
Mi amor de hombre, carga endurecida
Y su pasado roto, y su alma herida
Mis extremos silencios de agua incierta
Y mi ansiedad de ti, y sin medida
Mi esperanza, Candelaria, y mi vida
He dicho
PREGON DE SEMANA SANTA
EN SEVILLA
Joaquín Caro Romero Sevilla
9 de Abril de 2000
EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO,
EXCELENTÍSIMO SEÑOR ALCALDE, ILUSTRÍSIMO
SEÑOR PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO GENERAL
DE HERMANDADES Y COFRADÍAS,
EXCELENTÍSIMOS E ILUSTRÍSIMOS SEÑORES, SEÑORAS Y
SEÑORES, HERMANOS COFRADES DE SEVILLA
TAL día como hoy ella nació. Yo no estuve presente en su
alumbramiento. Pero empecé a nacer con ella.
Nací con ella porque llevo su sangre. Y la sangre de un
cofrade de Sevilla sólo se puede dar
cuando se recibe, para luego transfundirla en la
propagación de la fe, y así sucesivamente en la noria del
tiempo.
Tal día como hoy -ni antes ni después- nació con ella este
Pregón, en una casita que ya no existe situada
al abrigo de la parroquia de San Gil, donde se estrecha la
calle Escoberos como
queriendo abrazar todavía el recuerdo de la recién nacida,
pronto bautizada a la luz de la vecina
Madreperla. Le pusieron el nombre de la Patrona de Sevilla,
Reyes. Llegó a ser una mujer guapa,
alta y morena, que fue envejeciendo, deber y ley, para
luego -milagro- desandar lo andado, hacerse
principio en cada primavera penitente, hacerse joven en
mis venas, hacerse muchacha en
mi memoria, hacerse niña en mi corazón, como otro
día se hará sueño conmigo cuando yo no la piense,
porque volveré a estar a su lado en un reencuentro feliz
de espíritu y materia.
Nació el 9 de abril de 1909. Hoy hubiera cumplido noventa
y un años. Una fecha, un aniversario, los
de hoy, que, fijados por la Providencia Divina, me ofrecen
el convencimiento de que no ha
llegado tarde a este atril. La madre de un cofrade de Sevilla
es más que un recuerdo, es una permanencia
nutricia y no puede estar ausente en las penas y las
alegrías de su hijo. Y es tan honda
la identificación entre la madre del cielo y la de la tierra
que ni una ni otra pueden mejorarse, y en el verbo
del pregonero la madre del cielo y la de la tierra se hacen
carne y reconocimiento de
amor en un intemporal retorno de intensísimas vivencias
que se vuelven indivisibles en la unidad del espíritu.
Y lo expreso retomando la voz de mi juventud:
Igual que ayer permanece.
Sale poco de su casa.
Mas cuando sale traspasa
la muralla y la florece.
Tan adornada, parece
una novia en el balcón.
Su cara y sus manos son
del pueblo los aledaños.
Siempre alivia desengaños
esta moza de San Gil,
que dicen que por abril
cumple diecinueve años.
Y Jesús, su Hijo, dos mil años. Si "en el cristianismo el tiempo
tiene una importancia fundamental", como
ha dicho Juan Pablo II, hay que retomar la idea básica de que
el tiempo es sagrado:
"los dos mil años del nacimiento de Cristo -prescindiendo de
la exactitud del cálculo cronológico- representan
un jubileo extraordinariamente grande no sólo para los
cristianos, sino
indirectamente para toda la humanidad, dado el papel
primordial que el cristianismo ha jugado en estos
dos milenios". Que en este gran jubileo -el primero en la
historia de la Iglesia
que coincide con un cambio de milenio- "la humilde
muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al
mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad
hacia Aquel que
es la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre".
Aquel que es el Mesías y el Jubileo y que en la
sinagoga nazarena leyó un pasaje de Isaías donde se
anuncia que viene "a pregonar
año de gracia de Yahvé".
¿CUÁL es la misión de nuestras Hermandades en el
tercer milenio? Todo se resume en una palabra: evangelizar
, que "es la primera vocación y misión de la Iglesia".
Lo ha dicho muy recientemente
el Santo Padre, propulsor del apostolado seglar, que
ha pedido que la Iglesia se abra más a los seglares.
Por eso nuestras Hermandades deben seguir fomentando
la vocación evangelizadora de la
Iglesia como algo propio de su carisma, tal y como refleja
la doctrina y el espíritu del Concilio Vaticano II.
El cofrade debe redefinir su papel extendiendo "la mirada
de la fe sobre los horizontes
de la nueva evangelización" y tomando conciencia de la
necesidad por involucrarse en las diferentes
pastorales que ofrece la Iglesia como cauce para la
transmisión del Evangelio. Y hay que llevar
adelante todo esto sin desatender, naturalmente, la
responsabilidad que le impone al cofrade el
mantenimiento, el desarrollo y el traspaso de un
tesoro de tradiciones, que son el mejor legado de su fe.
Expreso mi público reconocimiento y afecto, que no
son otros que los del Senado y el Pueblo Hispalense,
a dos hombres que sin haber visto la primera luz
a la sombra de la Giralda han consagrado
aquí sus vidas al servicio de Dios y de las cosas de
Dios. Uno ha conducido a la Iglesia de Sevilla al
año 2000 y al tercer milenio y otro ha llevado
al órgano superior de nuestras Hermandades y
Cofradías hasta tan significativas fechas jubilares:
Fray Carlos Amigo Vallejo y don Antonio Ríos Ramos.
CUANDO el próximo Domingo la Puerta de San Miguel
se abra a la Cruz de Guía de la primera Hermandad
que hace su estación de penitencia a la Santa Iglesia
Catedral será como la versión sevillana
de la apertura de las Puertas de San Pedro, San
Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la
Mayor, en un júbilo de túnicas blancas y cruces
santiaguistas en los antifaces. La Entrada de
Jesús en Jerusalén dará cumplimiento a la Escritura.
La fe en el Salvador no puede sustituirse por otros
valores como la paz, la concordia o el espíritu solidario,
que no son otra cosa que la
consecuencia de la misma fe y del amor al Hijo del
Carpintero. Y la Catedral, "signo visible de la Iglesia,
será el verdadero santuario de este año jubilar", en el
que hay que estar "atentos a lo que
Dios quiere decirnos" para reconciliarse con Él,
como nos ha enseñado nuestro arzobispo Fray Carlos,
porque
en este bimilenario del nacimiento de Cristo la
palabra reconciliación mantiene el mismo
significado que conserva en el primer Evangelio, que
nos trasmite: "Si en el momento de llevar tu ofrenda
al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda delante del altar
y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelve y presenta tu ofrenda".
Pero antes del Domingo, el Viernes de Dolores y el
Sábado de Pasión, por Omnium Sanctorum y
Torreblanca, las Hermandades del Carmen Doloroso
y del Cautivo nos pondrán el alma de rodillas en un
preámbulo de densidades pasionistas y jubilares.
EN la Semana Santa del año 2000, la gracia del
jubileo caerá sobre los cofrades de Sevilla y fertilizará
sus corazones. Cuando la ciudad metropoliza sus
dimensiones y descarga sus habitantes en una periferia
hostil y deshumanizada, las Hermandades y Cofradías
son la única conexión de las señas de identidad de
muchos sevillanos.
Cada calle de Sevilla es como una arteria de Jerusalén,
como un afluente del Jordán, como un depósito
del lago Tiberíades, como un risco del Tabor o una
prolongación de Emaús. Cada libro de Reglas es
como un apéndice del Evangelio. El Evangelio se explica
en cada paso de Misterio, en cada Crucificado
y en cada Dolorosa. El apostolado lo pone Sevilla.
Por eso cada barrio tiene en sus Hermandades y
Cofradías la manufactura fragmentada del cuerpo místico
de la Pasión que pone en la calle cada primavera.
Las circunstancias jubilares hacen del 2000 "un año
intensamente eucarístico". Por eso el papel de las
Hermandades que suman a su condición de penitencia
el de sacramental es más relevante, pero sin
diferenciaciones en el conjunto.
En la iglesia de Los Terceros el misterio eucarístico se
hace cuerpo y sangre de Cristo en la encarnadura
del divino Anfitrión y del Ungido de la Humildad y
Paciencia. ¿Y María? ¿Dónde estaba la Virgen del
Subterráneo cuando la Última Cena Pascual?
¿En dónde estaba María
cuando tomó el Pan el Hijo
y a sus apóstoles dijo:
"Hacedlo en memoria mía"?
Sí, ¿dónde estaba María,
en qué Subterráneo presa?
A todos dio la sorpresa,
que la Madre del Rabbí
estaba presente allí,
comulgando en otra mesa.
Comulgando en otra mesa:
la que Sevilla le ofrece,
Pan que en su crisol se cuece
y de tan puro no pesa.
El cáliz de la promesa
va por distintos senderos.
La fe de los costaleros
en sus lágrimas distingo
cuando Ella sale el Domingo
como el Sol de Los Terceros.
HERODES y Pilato estaban enemistados, pero se hicieron
amigos, dicen, el día que se intercambiaron
al Galileo, para no inmiscuirse en sus jurisdicciones
respectivas. Una coyuntura que nos demuestra que
"la política no es un problema de principios, sino de tacto".
El Prisionero dio la callada por respuesta al
que Él llamaba "ese zorro". El soberbio paso de la Hermandad
de la Amargura recoge esta estampa
que estremece y maravilla en un itinerario penitencial
que en el Convento de la Compañía de Hermanas
de la Cruz -donde su bendita titular, Sor Ángela,
descansa en urna de cristal como Bella Durmiente-
encuentra su atrio de humildad, caridad, pobreza
y penitencia, en una fusión devotísima y coloquial entre
el velo blanco de las novicias y el blanco de las túnicas
nazarenas bajo la mirada maternal de la primera
Dolorosa Coronada de Sevilla, en la que un cedro del
paraíso se hizo carisma y carne inmortal en la memoria
de las bienaventuranzas, como "el jazmín que aroma
en tu camino", que plantó Adriano del Valle,
y la dama de noche en una puerta del templo ofrecen
otra corona para su corona, con leyendas palmáceas
e historias palmarias.
Herodes tiene un palacio,
pero Tú tienes un cielo
donde se funde sin duelo
la cera con el topacio.
La tarde se va despacio
dejando la plaza en calma.
Ten, Amargura, mi alma,
que al repetirse la historia
no sé si estoy en la gloria
o si en San Juan de la Palma.